Cardos y no flores de colores, tábanos en vez de mariposas. Mierda y no de plastilina, precisamente. Así lo veo todo desde AYER.
AYER fue el día de la PLANCHA.
Tenía que llegar, porque lo sabía, porque estaba cantado y porque LA SUERTE es algo que, por mucho que se busque según los libros de autoaydua, es una PUTA LOTERÍA. Alguien vio al señor Maravillas antes. Bastante antes. Igual unos siete años o así.
El caso es que estaba lanzada. De verdad. No sé, me miraba de una forma, y al despedirse parecía que el beso duraba una décima de segundo más de lo normal. Yo pensaba “vale, no soy Poirot precisamente-os juro que fui coleguilla de la hija de un capo del narcotráfico y yo no sospeché de sus ponys en el jardín- pero creo que le gusto algo a este chico .
Durante un par de días seguidos quedamos por temas de trabajo. La segunda en un bar por iniciativa suya, y yo lo vi como una SEÑAL. En esas dos ¿reuniones? ¿citas? hablamos y hablamos y yo estaba al acecho como una quinceañera en las rebajas del Bershka, intentando pillarle algo desagradable: un tic feo, un comentario machista, una camiseta JBP… pero nada. Seguía siendo MARAVILLOSO.
Nos lo pasamos la mar de bien. Durante esas dos charlas me convencí de que, además de ESTUPENDÍSIMO el chico estaba más libre que Pichi, el pájaro de Heidi: ninguna de sus aficiones, hábitos o manías que salieron en la conversación dieron pie a pensar en un “nosotros” y no en un “yo”. A esas alturas mi corazón estaba a punto de salirse por la boca, ni House hubiera podido hacer nada al respecto. Estaba tan embobada con él que por un momento pensé que mi cara de idiota me delataría. Pero si hay algo que está claro, compañeros y compañeras (os lo dice esta piltrafa) es que NO SE PUEDE DAR NADA POR SEGURO SI NO LO SABES A CIENCIA CIERTA. A la mierda la intuición, las hipótesis y toda esa basura. Y perdonad por el vocabulario, pero es que estoy recogiendo los trocitos de mi corazón y pegándolos con celo, y en esas condiciones se puede consentir.
Bueno, a lo que iba, AYER iba a ser el día. Volvimos a quedar (siempre por trabajo) y yo estaba dispuesta a pedirle una cita “en toda regla”, aunque lo iba a disfrazar de improvisación. No es que de repente me haya sentido influenciada por el anuncio de la cocacola light, porque nunca he tenido demasiados problemas en llevar la iniciativa, pero ya os dije que con el Señor Maravillas me faltaba aplomo (iba a llamarle Señor Estafas, pero no sería justo, él nunca me mintió, simplemente obvió un dato). Y todo iba sobre ruedas: habíamos zanjado la corrección de los últimos textos y estábamos ya en ese punto en que la charla se vuelve intrascendentemente trascendente. Lo estaba llevando a mi terreno (quería que me acompañara al concierto de unos colegas que él conocía), cuando entró en la sala la recepcionista de su oficina:
–Tu chica al teléfono, dice que sólo es un momento.
El cuadro fue el siguiente: el tiempo se detuvo, la escena quedó congelada durante unos instantes. Hasta la recepcionista se quedó parada en una postura rara, con un pie fuera de la puerta y el inalámbrico en la mano. Él levantó la mirada y durante un segundo me miró a los ojos y luego bajó la vista. De su garganta salió su preciosa voz, algo temblorosa, diciendo:
–Ahora la llamo.
Bueno, al menos ésa es la percepción que yo tuve de ese momento. Porque fue eso, sólo un momento, pero yo en mi interior oí el sonido de un glaciar desplomándose, y eso que nunca he vivido esa experiencia de comunión con la naturaleza. Y la habitación se hizo gris mate y de repente sentí muchas ganas de gritar. La recepcionista se fue y por un momento parecía que él iba a balbucear algo así como una disculpa, por la manera en la que me miró, pero en realidad ¿de qué iba a disculparse, sino había hecho nada?.
Acabamos un poco precipitadamente la reunión y recogí mis cosas. Yo seguía haciendo mis bromas como si nada, porque fui a un cole de monjas y nos enseñaron a guardar las apariencias. Él parecía más serio que de costumbre. Me dio los dos besos de despedida y creí notar que apretaba mi antebrazo más de lo normal, pero seguramente son todo imaginaciones mía de niñata que leía demasiado el superpop en esa edad en que deberían prohibir que esa bazofia cayera en las manos de una.
Sé que no es para tanto, pero qué queréis que os diga, me había hecho ilusiones. Me da por pensar que si él supiera todas las tonterías que me había llegado a imaginar, se partiría la caja de la risa. Supongo que para él simplemente soy “esa chica tan maja que colabora con nosotros”.
Pero para mí es otro chico que valía la pena y que no llegó ni a proyecto. Con el añadido de que por primera vez siento que me han roto el corazón sin ni siquiera haber empezado nada.
Y por eso no hago más que escuchar a las Coco Rosie y hasta he soltado un par de lagrimitas fregando los platos.
AYER fue el día de la PLANCHA.
Tenía que llegar, porque lo sabía, porque estaba cantado y porque LA SUERTE es algo que, por mucho que se busque según los libros de autoaydua, es una PUTA LOTERÍA. Alguien vio al señor Maravillas antes. Bastante antes. Igual unos siete años o así.
El caso es que estaba lanzada. De verdad. No sé, me miraba de una forma, y al despedirse parecía que el beso duraba una décima de segundo más de lo normal. Yo pensaba “vale, no soy Poirot precisamente-os juro que fui coleguilla de la hija de un capo del narcotráfico y yo no sospeché de sus ponys en el jardín- pero creo que le gusto algo a este chico .
Durante un par de días seguidos quedamos por temas de trabajo. La segunda en un bar por iniciativa suya, y yo lo vi como una SEÑAL. En esas dos ¿reuniones? ¿citas? hablamos y hablamos y yo estaba al acecho como una quinceañera en las rebajas del Bershka, intentando pillarle algo desagradable: un tic feo, un comentario machista, una camiseta JBP… pero nada. Seguía siendo MARAVILLOSO.
Nos lo pasamos la mar de bien. Durante esas dos charlas me convencí de que, además de ESTUPENDÍSIMO el chico estaba más libre que Pichi, el pájaro de Heidi: ninguna de sus aficiones, hábitos o manías que salieron en la conversación dieron pie a pensar en un “nosotros” y no en un “yo”. A esas alturas mi corazón estaba a punto de salirse por la boca, ni House hubiera podido hacer nada al respecto. Estaba tan embobada con él que por un momento pensé que mi cara de idiota me delataría. Pero si hay algo que está claro, compañeros y compañeras (os lo dice esta piltrafa) es que NO SE PUEDE DAR NADA POR SEGURO SI NO LO SABES A CIENCIA CIERTA. A la mierda la intuición, las hipótesis y toda esa basura. Y perdonad por el vocabulario, pero es que estoy recogiendo los trocitos de mi corazón y pegándolos con celo, y en esas condiciones se puede consentir.
Bueno, a lo que iba, AYER iba a ser el día. Volvimos a quedar (siempre por trabajo) y yo estaba dispuesta a pedirle una cita “en toda regla”, aunque lo iba a disfrazar de improvisación. No es que de repente me haya sentido influenciada por el anuncio de la cocacola light, porque nunca he tenido demasiados problemas en llevar la iniciativa, pero ya os dije que con el Señor Maravillas me faltaba aplomo (iba a llamarle Señor Estafas, pero no sería justo, él nunca me mintió, simplemente obvió un dato). Y todo iba sobre ruedas: habíamos zanjado la corrección de los últimos textos y estábamos ya en ese punto en que la charla se vuelve intrascendentemente trascendente. Lo estaba llevando a mi terreno (quería que me acompañara al concierto de unos colegas que él conocía), cuando entró en la sala la recepcionista de su oficina:
–Tu chica al teléfono, dice que sólo es un momento.
El cuadro fue el siguiente: el tiempo se detuvo, la escena quedó congelada durante unos instantes. Hasta la recepcionista se quedó parada en una postura rara, con un pie fuera de la puerta y el inalámbrico en la mano. Él levantó la mirada y durante un segundo me miró a los ojos y luego bajó la vista. De su garganta salió su preciosa voz, algo temblorosa, diciendo:
–Ahora la llamo.
Bueno, al menos ésa es la percepción que yo tuve de ese momento. Porque fue eso, sólo un momento, pero yo en mi interior oí el sonido de un glaciar desplomándose, y eso que nunca he vivido esa experiencia de comunión con la naturaleza. Y la habitación se hizo gris mate y de repente sentí muchas ganas de gritar. La recepcionista se fue y por un momento parecía que él iba a balbucear algo así como una disculpa, por la manera en la que me miró, pero en realidad ¿de qué iba a disculparse, sino había hecho nada?.
Acabamos un poco precipitadamente la reunión y recogí mis cosas. Yo seguía haciendo mis bromas como si nada, porque fui a un cole de monjas y nos enseñaron a guardar las apariencias. Él parecía más serio que de costumbre. Me dio los dos besos de despedida y creí notar que apretaba mi antebrazo más de lo normal, pero seguramente son todo imaginaciones mía de niñata que leía demasiado el superpop en esa edad en que deberían prohibir que esa bazofia cayera en las manos de una.
Sé que no es para tanto, pero qué queréis que os diga, me había hecho ilusiones. Me da por pensar que si él supiera todas las tonterías que me había llegado a imaginar, se partiría la caja de la risa. Supongo que para él simplemente soy “esa chica tan maja que colabora con nosotros”.
Pero para mí es otro chico que valía la pena y que no llegó ni a proyecto. Con el añadido de que por primera vez siento que me han roto el corazón sin ni siquiera haber empezado nada.
Y por eso no hago más que escuchar a las Coco Rosie y hasta he soltado un par de lagrimitas fregando los platos.