miércoles, octubre 18, 2006

EN DÍAS GRISES...

En días grises como hoy me acuerdo de mi soleado y ya incipientemente lejano verano. Me acuerdo de Gierassimo y de Erik y de Bert. Vamos, que me acuerdo del sexo. Del sexo pasional y experimental, del sexo que se sabe con fecha de caducidad. En días grises como hoy vuelvo a la realidad de mi vida sin sexo frecuente, sólo esporádico y nunca con el señor Maravillas.
Sí, lo sé, ya le estoy dando vueltas otra vez a lo mismo. Y es de idiotas. Recuerdo que este verano, cuando aún no podía creerme mi dicha y mi suerte al mirar la cara de mi griego imberbe o al oír a un holandés impresionante llamarme bella mientras me comía a besos, me reía de mi misma para mis adentros "cuántos tíos en el mundo, Mila, cuántos que valen la pena, esperando hacerte feliz, quizás unas horas, quizás unos días, o quizás toda una vida, y tú colgada de un tipo inseguro, normal y ennoviado al que sólo le detectaste unas cuántas miradas; puede que sólo imaginaras que sentía algo por ti". En esos momentos, lo juro, me acordaba del señor Maravillas con una especie de melancolía entrañable, y creía que su fantasma estaba a punto de extinguirse.
Pero el verano pasó, los tipos fabulosos me dejaron felicidad y un chute de autoestima pero nada más. No me enamoraron ni me hicieron perder la cabeza, así que vuelvo a la realidad y el fantasma vuelve con ella.
Le vi ayer y como una estúpida púber se me aceleró el corazón. Fue casualidad pero las casualidades no suelen ser mi fuerte, así que supongo que algo tendría que ver que yo merodeara algo más de la cuenta por el barrio donde trabaja. Pero aún así fue casualidad. Como fue casualidad que él no tuviera prisa, que yo tampoco, que fuéramos a tomar algo, que charláramos de la vida, que nos riéramos juntos de las mismas tonterías (desde aquí agradezco a CIU que haya pixelado los ojos de un perro de peluche para preservarle la identidad en esa bazofia de DVD electoral; no sabrán nunca cuántas risas cómplices han generado). No fue casualidad que esta noche volviera a soñar con él, ni es casualidad que hoy vuelva a estar sensible y ñoña y escriba posts como éste. Además, esta vez le noté sólo cordial. Intenté desentrañar en su comportamiento, en sus palabras, alguna señal, alguna pista de que sentía algo por mi, pero no hubo suerte. Sólo casualidad.
Y me digo a mi misma que una vez más estoy en el sitio equivocado en el momento erróneo. O que tengo la estúpida habilidad de enamorarme de los hombres que no me convienen: porque no son buenas personas, porque no son capaces de hacerme sentir a mi buena persona o, como en este caso, porque simplemente ellos no se enamoran de mí.

BSO para un día gris y triste: The Organ: Memorize the city.

martes, octubre 03, 2006

LA NOCHE DE LAS CHICAS O CÓMO POR UNAS HORAS ME OLVIDÉ DE LOS TÍOS

Quiso la mala pata o el destino que el pasado jueves por la noche, ya en la puerta del Apolo, sonara mi móvil. Era la incombustible Marta y para mi horror me comunicaba que no iba a poder venir al concierto de Peaches porque su abuela se había roto la cadera. La pobre mujer de casi 90 años se tropezó en el pasillo de casa. Bien pensado y dicho así de carrerilla, está claro que fue la mala pata. Quiso el destino o la buena fortuna que justamente en ese instante Marta estuviera con su abuela cenando en la casa paterna. Así que llamó al 061 y tuvo una noche movidita (la abuela se recupera lenta pero favorablemente, gracias a su Dios y al calcio de Puleva Omega 3). Nunca había ido sola a un concierto y he de confesar que me entró un ataque de timiditis. Pensé que la mejor opción sería parapetarme tras vasos y vasos de cerveza. Pero quiso el destino depararme una noche inolvidable. En lo que atañe a lo musical-espectaculero, fue uno de los mejores conciertos a los que he asistido últimamente. Ese prodigio de mujer salió dando caña desde el principio, y tanto en su vertiente más roquera como la más electrónica bordó el chou. Se fue despojando de su atuendo glam-salvaje y de varias capas de bragas y sostenes y nunca un despelote había sido tan reivindicativo. Recuerdo que pensé que Peaches era más sexy que todas las Chaquiras o Biyoncís del mundo. No podía dejar de flipar: con su energía en el escenario, con su tremenda banda, con los detalles explícitos de las letras acompañadas de movimientos no menos explícitos y, sobre todo, con la starlett Samantha Maloney que, a golpe de baqueta, hacía globos de chicle de fresa y dejaba ondear su pelo rubio platino al viento de un ventilador hábilmente colocado en el doble bombo. Me invadió una especie de absurdo sentimiento de “girl power” que no sé muy bien cómo explicar; no se trataba de una repentina y reivindicativa conciencia de género, era más bien un recurrente pensamiento: “cómo molan estas tías”. A mi alrededor, chicas y chicos se sentían guerreros y guerreras y todos y todas parecíamos lo mismo. Entre el público megafashionohyeah había mucha indefinición sexual. Vi chicos con faldas, parejas de chicas que parecían chicos vestidos de chicas o chicas vestidas de chicos. Yo estaba allí plantada, más sola que la una, con mi eterno vaso de birra en la mano. A mi lado, dos estupendas mozas que se sabían más canciones de Peaches que yo brincaban y se besaban alternativamente e incluso a la vez. Una colega de ellas me habló:
–¿Has venido sola?

Le expliqué que la osteoporosis le había jugado una mala pasada a mi amiga y se rió. De vez en cuando, entre grito y grito y silbido y silbido me decía algo. Yo me sentí incómoda al principio y tampoco podía decirle “eh, que me gustan los tíos” porque seguramente me hubiera contestado “¿Y a mí qué coño me cuentas?”. Empecé a pensar que era una paranoica y me relajé. Elvira (así se llama mi nueva amiga) me invitó a una cerveza. Cuando Peaches empezó a cantar “I don’t have to make the choice”, Elvira y sus amigas coreaban “I like girls” y yo, instintivamente, acababa la frase del estribillo: “I like boys”.
–Salta a la vista que no entiendes–me soltó–. ¿Nunca te has enrollado con una tía?

Por poco me atraganto con la preguntita pero le contesté casi disculpándome que sólo me gustaban los chicos. Pensé erróneamente y llena de prejuicios que a partir de ese momento ya no iba a saber nada más de ella, pero me equivoqué. Siguió comentando la jugada conmigo.

Al salir del concierto, Elvira y yo nos fuimos a tomar algo. Hablamos de nuestras vidas, de lo humano y lo divino, de los sabores de Ben & Jerry’s y de la Bola de cristal (en concreto de Pedro y Pablo). La dejé arrancando su destartalada vespa pero antes nos intercambiamos los teléfonos. Cuando ya estaba a punto de llegar a la parada del autobús pasó junto a mí, pitó y me gritó algo. No estoy muy segura pero creo que dijo “deberías probarlo”. Sonreí para mis adentros.

Aunque quién sabe, igual se refería al Chocolate Therapy de Ben & Jerry’s.