Hay noches aburridas, noches anodinas, noches chispeantes y noches predecibles. Hay noches divertidas, marchosas, espontáneas y noches que son un coñazo. Y muy rara vez, muy de vez en cuando, hay noches gloriosas.
El viernes pasado tuve una de ésas. Una noche GLORIOSA (lo deletrearía a lo Patty Smith si pudiérais escucharme). Un chute de felicidad, de autoestima y de sexo, que para qué negarlo, es un remedio eficaz contra el abatimiento. Una noche que se presentaba anodina, y predecible, y aburrida, y se convirtió en un encadenamiento de éxitos, con pequeña revancha incluida.
Empezó de lo más normalito. Marta había quedado con unas amigas suyas muy majas y me apunté. No teníamos muy claro a dónde ir después de cenar, pero nos apetecía ir a bailar. Sin embargo, en el restaurante se precipitaran los acontecimientos:
––Hey, hola
Me giro y me encuentro con un chico que me suena un montón, pero no caigo. El chaval notó mi cara de apuro y me echó un cable. Era técnico de sonido en una casa de postproducción que yo solía frecuentar cuando trabajaba en la multinacional. Resultó que él había cambiado también de empresa y la nueva celebraba esa noche una fiesta de inauguración a lo grande.
––Ya sabes: barra libre, sorteos…
––Ay, como las de antes, cuando en el mundillo de la publicidad había mucha pasta para gastar en frivolidades. (Aunque no lo parezca, es un sector que ha perdido mucho).
Al ver que me acompañaban nada más y nada menos que cinco féminas le faltó tiempo para alargarme unas invitaciones. Y allí que nos fuimos, contentísimas. Pero lo mejor estaba por llegar.
El local, una sala de fiestas que lleva tiempo en la cuerda floja por la susceptibilidad de la administración, estaba bastante lleno pero sin resultar agobiante. Cuando entramos, sonaban Cansei de Ser Sexy a toda pastilla. Marta y compañía fueron directas a la barra. Yo, al baño.
En el trayecto que iba desde la entrada hasta los lavabos me encontré con cuatro ex -o exes, no sé cómo se escribe- rollos. Cuatro. En realidad no es tan raro cuando has trabajado en varias agencias de publicidad; hay una especie de tendencia enfermiza a tener líos en el sector, que incluye también a los empleados de las productoras, las casa de postproducción y los proveedores cotangenciales (fotógrafos, ilustradores, diseñadores web…). En el caso concreto que nos ocupa, fueron dos compañeros de mi anterior agencia, un realizador de publicidad y un operador de avid.
Todos se mostraron encantados de verme, “Qué tal, cómo te va” “Me acuerdo mucho de ti, siempre pienso ¿qué habrá sido de Mila?” “Vaya, estás igual de guapa como siempre” “¿Dónde andas ahora?” y cosas así.
Excepto el realizador, el resto habían sido sólo líos de noches parecidas a ésta. Y de eso hacía unos cuantos años. Con el realizador había habido reincidencia, pero la historia se autodisolvió por si sola. Éramos bastante incompatibles, aunque había mucha química entre nosotros. Nada más verme se puso muy “cariñoso”; supongo que consideró que el hecho de ser viejos amigos íntimos le daba algún tipo de derecho, cosa que no me gustó nada. Me dio mucha pereza darle palique y con la excusa de ir a buscar a mis amigas, me escabullí.
En el piso de abajo, avisté a un quinto ex rollo (¡y también ex jefe!) y dí un rodeo enorme para no tropezarme con él, porque era muy pesado. Había por fin conseguido una copa e iba directa hacia Marta y el resto, cuando me di de bruces con el sexto ex. Lo curioso de todo es que Guiu no tiene nada que ver con la publicidad; fue el noviete que tuve durante el primer año de carrera y había ido a parar ahí a través de un amigo de un amigo. Estaba igual que siempre y nos hizo una ilusión tremenda reencontrarnos.
Debo confesar que me asaltó un ligero cosquilleo y por un instante reviví sensaciones pertenecientes a otro tiempo. Él y yo habíamos compartido una historia muy bonita con un final algo abrupto. Nos pusimos al día e, inevitablemente, llegó la pregunta:
––Y ahora, ¿estás con alguien?
Mientras le decía que no, sabía que él iba a contestar lo contrario. Sentí un pequeño pinchacito, nada grave. Seguimos hablando un buen rato, cada vez más cómplices, cada vez más cerca.
Las señales de alarma se encendieron. Ya había sufrido por él, hace mucho tiempo. No tenía ningún sentido complicarse de nuevo la vida. Así que decidí salir de esa trampa en la que yo solita me estaba metiendo de cabeza antes de que fuera demasiado tarde.
––Bueno, me voy. He venido con unas amigas. Con Marta, ¿te acuerdas?
––Mujer, después de tanto tiempo sin vernos…
Y empezó a acercarse de nuevo, más de la cuenta, de una forma dolorosamente familiar.
Y entonces, unos golpecitos en el hombro.
Me giré y allí estaba Néstor.
Fue como una aparición. A mi izquierda, el pasado. A mi derecha, el futuro. La ilusión, la sorpresa y, para qué negarlo, las ganas de demostrarle a Guiu que el no estar con alguien no era algo que llevara precisamente mal hicieron que fuera más efusiva de lo que cabía esperar al saludar a Néstor.
––Hey, hola, ¡qué sorpresa! –le dije mientras le abrazaba con soltura–– Espera un momento––Me dirigí al que hace tantos años me partió el corazón––Bueno, Guiu, me ha hecho mucha ilusión verte. Espero que todo te siga yendo tan bien.
Le di dos besos rápidos y cuando ya me iba, me cogió de la mano:
––Mila, cuando quieras nos vemos otro día. Dame tu teléfono.
––No te lo vas a creer, pero no tengo––mentí. Y antes de que hiciera el amago de ir a darme el suyo, añadí: ––¡Hasta otra!
El resto de la noche, pues, era ya inevitable. Ahí estábamos. Néstor y yo. Por fin, en terreno neutral.
––Sabía que te iba a encontrar aquí.
––Pues ya me dirás cómo. Porque yo no lo he sabido hasta la hora de cenar.
––He tenido la intuición cuando venía hacia aquí.
––Ah, es verdad. El destino. Los astros. Vibraciones esotéricas. No me acordaba que tú eres aficionado a estas cosas.
––Tú ríete todo lo que quieras, pero yo lo sabía.
A partir de ahí, todo fue muy rápido.
––¿Ah sí? ¿Y qué más sabes?
––Bueno… Sé que si pongo mi mano aquí…
Puso su mano en mi cintura y me acercó un poco hacia él
––…no vas a quitarla.
–– Mmm…. Yo no estaría tan seguro.
Pero claro, no se la quité.
––Y sé que si te doy un beso…
––Uy, vas un poco rápido, ¿no? Ya veo que es verdad que te gusta la velocidad…
No pareció afectarle mi fingida pose de escandalizada.
––No vas a apartarme…
––Compruébalo.
Amigos y amigas, fue un beso tan glorioso como la noche.
Instantes después estábamos echando un polvo en el lavabo de chicos. Qué queréis que os diga, debe ser que su atracción por el riesgo es contagiosa, porque en ese momento me pareció lo más normal del mundo. Y quizás por eso fue tan genial.
Salimos rápidamente con el pitorreo de los que esperaban fuera aún resonando en los oídos.
––¿Nos vamos por ahí? ––le propuse.
––Al fin del mundo, si quieres.
Me despedí de Marta y las otras con nueva ración de pitorreo y ya en la puerta, mientras me ponía la chaqueta, oí el último “¡Hola, Mila!” de la noche. Era Marc, el séptimo ex.
––Hola y adiós–le dije sonriendo.
Néstor me cogió de la mano y los dos salimos de allí. Sentí la mirada confusa de Marc en la nuca, pero yo sólo estaba ansiosa por llegar a casa y probarlo esta vez en horizontal.