jueves, marzo 30, 2006

LA PARADOJA

No es la primera vez ni la segunda que me pasa. Para ser sincera, debe ser la duodécima o así. Y el esquema se repite y se repite, y yo siempre pienso que esta vez será diferente, pero claro, me engaño. Las personas tendemos a reiterar los errores por culpa de una pasmosa capacidad amnésica, así que no varío mi estrategia de entrar a matar en una noche de ligoteo y que no es otra que la que utiliza media humanidad: ingesta desorbitada de alochol. Lo admito; sólo cuando los niveles de alcohol en mi sangre cuatriplican el máximo permitido por los alcoholímetros me atrevo a lanzarme. Digamos que el plan está urdido desde antes de salir de casa, pero la ejecución requiere de un pequeño empujoncito. Y el ataque frontal llega siempre cuando están a punto de confundirse las fricativas y las oclusivas en mi habla.

El panorama es el siguiente: noto que ha llegado la hora, y donde antes sólo había nervios, vergüenza e inseguridades, de repente veo un terreno perfectamente abonado para dejar que fluya lo que tiende a fluír y que, lógicamente, son los fluídos. Y allí va la Mila-que-siempre-da-el-primer-paso y antes de que mi lengua corra el peligro de trabarse por culpa de los lingotazos, la introduzco en la boca del candidato de la noche.
Hasta aquí la estrategia ha funcionado. Un 98% no pone ningua objeción y un 2% tiene un pequeño amago de sorpresa e incluso de reparo que se le pasa al cabo de 1’3 segundos. Una cita es una cita, y todos sabemos cómo queremos que acabe, aunque no nos pongamos de acuerdo en quién debe tomar la iniciativa.
El problema es que para llegar a esa comunión aplomo-morreo, no sólo yo ingiero las reservas con las que Bacardí ha forrado el bar de turno. Mi acompañante normalmente sigue mi ritmo para ir entrando en materia. Y claro, luego lo que no entra… es otra cosa.

De ahí, mis lloriqueos. De ahí la paradoja.

¡Ay, injusta madre naturaleza que pone alicientes a nuestro alcance para después quitarnos placeres!

martes, marzo 21, 2006

EL RARITO


He conocido a un chico rarito. Sé que eso no es una novedad, de hecho cualquier estudiante de psiquiatría podría hacer la tesis doctoral com mi agenda de los últimos siete años. Pero éste es rarito-tipo, rarito estándar. Rarito, rarito. Para empezar, no habla casi nada. Al principio hasta me pareció una ventaja, pero os aseguro que cuando una acaba recurriendo a la fealdad del estucado veneciano como tema de conversación en una primera cita-cena, algo no va bien.
El caso es que al principio pensé que si no hablaba demasiado era porque tenía un gran mundo interior hasta que no tuve más remedio que admitir que, simplemente, no tenía nada que decir. Se limitaba a mirarme mucho, como si me hiciera un escáner encefálico con los ojos, esos ojos tan bonitos que a mi me llegaron al alma cuando le conocí, y yo venga hablar de cómo ha subido el precio de la coliflor y los vegetales en general. Porque a esas alturas ya sabía que el cine le interesa psé, la literatura psé, la música psé…

Pero entonces, llegó la sorpresa. Cuando estaba ya a punto de ponerme a llorar en el restaurante a moco tendido, o a tirar la botella de vino al suelo, o a subirme la camiseta en plan guaraná para ver si le sacaba algo más que un “ahá”, va el chico y me suelta “tengo una boa constrictor”. Rápidamente descarté que se refiriera a un echarpe de plumas de talla pequeña cuando añadió “se llama Amanda”.

Y ahí empezó a largar: lo que come Amanda, lo que pesa, cuál es la técnica correcta para cogerla, de dónde es originaria, cómo se reproduce, hábitos alimenticios y métodos de ataque. Toda la cena. Ahora podéis llamarme ya Mila la experta en ofidios.

Así que la pasión de míster Rarito es Amanda la boa a la que, obviamente, me quiere presentar. Según parece, no debe darme asco, es más, me haré amiga de ella rápidamente si el primer día le traigo un pequeño roedor al que pueda estrujar y devorar. No tengo ninguna intención de conocer a Amanda ni de ver a Rarito nunca más. No es que me den miedo las serpientes (de hecho, cada vez que veo una me acuerdo con cariño de las sandalias Gucci de mi ex jefa); me dan miedo los hombres que duermen con una. Y además, seguro que la mira con esos ojitos que a mí me llegaron al alma.

viernes, marzo 03, 2006

¿QUÉ FUE DE…?


Me he topado con el blog sobre una tal Krinstin Jenkins y he sentido mucha rabia por no haber visto ninguna peli de ella. Por lo que dice biógrafo, parece un prodigio de diva de serie B. No es que yo esté muy puesta en el género cinematográfico, pero me encanta ver la pasión con la que su admirador habla de sus películas y de ella misma. Esa especie de adulación tan sincera, esa labor de tratar de recuperar su memoria merece un gran aplauso.
Como la Jenkins ésta, hay mucha gente de la que ya no sabemos nada. Siempre me venía a la cabeza dentro de esta categoría Pablo Abraira, pero justamente oí por la radio que saca un nuevo disco. Igual que Humberto Tozzi. ¿No deberían permanecer en la ausencia, a lo sumo recordados fervientemente por algún biógrafo nostálgico? Bueno, eso va a gustos, desde luego…
Hay otros ejemplos claros y clásicos: los Parchís, toda la panda de Verano Azul, Eva Nasarre, Verónica Mengod (aunque creo que hace publirreportajes), los Pecos….

De momento, gracias al ¿qué fue de..? de La Coctelera, hay muchos mitos del cine que ya podemos rastrear. ¡Qué raro que no hayan mencionado a la Jenkins aún!

jueves, marzo 02, 2006

A LOS SEÑORES E INDIVIDUOS CON TENDENCIAS A DIRIGIRSE A MI O A CUALQUIER SEÑORITA QUE HACE UN USO PÚBLICO (QUE NO DELICTIVO) DE LA CALLE:

1- No soy un perro. Por tanto, no me silben, chisten repetidamente, ni emitan cualquier tipo de sonido gutural para llamarme. Si no pueden hacerlo por mi nombre, quiere decir que no me conocen, así que no tiene mucho sentido que digan nada.


2- No mientan. No digan que me harían un vestido de saliva porque a la hora de la verdad no lo iban a conseguir. No expresen la magnitud de mi belleza porque sólo han intuido mi culo bajo los tejanos y ni siquiera han vislumbrado mi cara (de lo más corriente).


3- Respeten las señales de circulación. Volver la cabeza demasiado rato mientras se conduce una moto puede ser una irresponsabilidad si no se acompaña de una detención del vehículo.


4- Absténganse de pronunciar frases. No soy la mujer biónica, así que por mucho que griten desde la cabina de una camioneta, el ruido del tráfico impedirá que pueda declinar las tentadoras ofertas sexuales que me ofrecen.


5- No se sientan terapeutas: gritar cumplidos de dudoso gusto no hace ningún bien a la receptora del mismo; no sirve de terapia de refuerzo de la autoestima sino que más bien provoca ganas de asesinar o de destrozar el mobiliario urbano.


Gracias.



Nota: Esta proclama sólo pretende ser la voz de cualquier mujer que no supere la talla 42 y que no vaya tapada con un burka o saco de patatas; lo cual demuestra que el arte del piropeo no se basa demasiado en un criterio estético y sí en un aburrimiento mortal de los piropeadores.