lunes, febrero 26, 2007

AGUJETAS DE COLOR DE ROSA

Me he sacado los ojos con una cucharilla. He apagado cigarrillos en mis muslos. Me he clavado espinas de rosal bajo las uñas. Toda flagelación es poca para recordarme a mi misma que no debe volver a pasar; que una escribe un blog para tenerlo al día, porque si no, no se tiene. Y punto. Y por supuesto mi excusa es la del trabajo; una agonizante realidad que me tiene secuestrada en ese bonito loft de escasa luz que es el despacho donde me gano el pan y las camisetas del bershka, combinado con una bronquitis aguda que me ha tenido muchos días en estado de perpetuo moqueo. Ya me gustaría tener una excusa tan jodidamente excitante como la de mi parón de verano, cuando la menda estaba tan ocupado recorriendo la geografía europea y fornicando aquí, allá y acullá que no había tiempo para el tecleo; sólo para el reposo de los doloridos pero felices miembros.
Pero da igual. No puede ser. No debe ser. Aunque deba sujetar mis pupilas al estilo Clockwork Orange por las noches, levanto el puño en alto y juro a la viga del techo que nunca más volveré a dejar pasar tantos días entre entrada y entrada. Que se me acumulan las anécdotas, ottia.
Por ejemplo, la experiencia del Let's festival en la estupenda Salamandra. O mejor dicho, de la mitad de él, porque sólo fui dos de los cuatro días que duraba.
Dios, los Tarántula. Qué maestrío. Qué forma de desgañitarse. Atónita observaba yo a los cuatro pintorescos mozos mientras aporreaban sus hits de "Esperando a Ramón".
Ole, Josele. Cómo aparecer medio taja en un escenario y aún así (o precisamente por eso), conseguir una química brutal con su magistral guitarrista acompañante. Cómo mandar por saco el repertorio y lanzarse a tocar la música que te apetece; en este caso clásicos del rock&roll con un destreza adorable.
Maigod los Antònia, la niña de mis ojos (o nineta dels meus ulls), tan refrescantes como siempre, aunque aquí debo matizar que el “como siempre” va también por su acepción de "habitual", ya que hacen el mismo repertorio again and again, sin sorpresas ni sobresaltos. Pero aún así siguen siendo un regalazo. Supongo que voy a demasiados conciertos suyos.
Y de Fire no puedo hablar, porque llegué tarde y de Dorian no opino, porque no me gustan aunque les reconozco el mérito, sobre todo por ser tan púberes.
El viernes mi cuerpo dijo "¡Basta! ya tienes una edad. ¿Acaso crees que puedes salir miércoles y jueves y sin que yo te pase factura, pequeña ilusa? ¡Toma dolor de espalda y sueño demoledor!" , por lo que me quedé en casa aun sabiendo que me perdía al "Chico de la espina en el costado" y también la oportunidad de ver por tercer día consecutivo al "Chico de las patillas tentadoras", de nombre Marc y de profesión eterno aspirante a estrella del pop. Menos mal que ya tenía su teléfono.
Pues sí, amados y amadas, estoy tramitando un nuevo lover. Un apuesto y escuchumizado jovenzuelo de ojitos de cervatillo y labios carnosos que toca el bajo en un grupo pop, "Los Burbujas", que por no tener no tienen ni Myspace.
El batería de "Los burbujas" es Roger (léase "rushé", no “rósher”, como “rósher rabbit”), hermano de un amigo (por cierto, estoy pensando en que me dé clases de batería; algo que hace mucho tiempo que tengo ganas de hacer, si encuentro el ídem). Nos conocíamos lo suficiente para que Marta, Raquel y yo compartiéramos durante las diversas actuaciones esporádicos pero largos momentos con él y sus colegas, que no eran otros que las burbujas que faltaban.
Marc es el prototipo de chico que me gusta, así que inicié sin rubor toda la ceremonia del cortejo homo sapiens, en el que la hembra despliega todos los encantos de los que dispone. Sólo me faltó hacer el baile de la grulla. Pero bueno, imagino que funcionó, porque se lo hizo venir bien para pedirme el teléfono y darme el suyo. O quizás sólo está buscando groupies para impresionar a la audiencia en el siguiente bolo, porque el pretexto fue invitarme al próximo concierto burbujil.
Por el nombrecito del grupo y por las influencias musiqueras que me mentó, imagino que hacen “poppy-pop” de ése con letras del tipo "vamos al parque, la hierba está fría y mojada". Vamos, “bubble pop". Pop dulzón y chicletoso con letras de intensa verdad soterrada en las cosas cotidianas. Y yo tengo alma de rock, qué le vamos a hacer. Pero bueno, no es su ipod lo que quiero de él, así que le dije que iría encantada.
A parte de eso puedo añadir que no tiene novia, que suma sólo 27 añitos, que trabaja como técnico operador de sonido, principalmente en rodajes, que tiene un bonito lunar en la aleta izquierda de la nariz y que luce unos lustrosos y brillantes rizos que se baten entre su naturaleza caucásica y el empeño de su dueño por conferirles un aspecto afro.
Y que el domingo me mandó un mensajito: “Muy pronto los burbujas en acción. Sigue atenta a la pantalla de tu móvil”, al que yo contesté. “Ok. Que tiemble Pamela Des Barres”.
Aunque igual ahora se cree que me quiero tirar a todas las bubbles…



jueves, febrero 08, 2007

ESCANDINÓFILA

En un mundo perfecto, la gente viviría en Copenhague. Un mundo perfecto de orden, pulcritud y simpatía. Una ciudad pequeña y amigable, donde todo el mundo (el conductor de autobús, el vendedor de las polsen-salchichas-, la señora que pasea al perro) tiene un correctísimo inglés. Una ciudad donde el transporte público (sobre todo el metro) parece futurista. Una ciudad donde apenas se ven vagabundos, o cacas de perro o macdonalds. Una ciudad donde las mujeres son altas, rubias y guapas y los hombres altos, rubios y guapos. Una ciudad donde en el local de moda (el Vega) pone buena música y trae a grupos estupendos. Una ciudad donde las bicicletas son gratis gracias al sistema “carrito de súper”. Una ciudad donde la comida (contrariamente a mi idea preconcebida), está buena: mucho pescado y muchas salsas picantes (para combatir el frío, presumo). Una ciudad bonita, de canales, edificios sobrios y cafeterías con libros.
Claro que tiene sus contras: la primera, of course, el tiempo. Frío, lluvia, un deprimente gris… Los seres que habitan la ciudad perfecta no se amedrentan ante las inclemencias del tiempo; han desarrollado un efectivísimo sistema de protección. Las mujeres esconden sus encantos bajo un mono impermebable de motorista y siguen desplazándose en bici como si tal cosa. Luego llegan al bonito restaurante de turno, se despojan de él y, como una crisálida a punto de metamorfosearse, emerge una bella criatura en minifalda y top. Los niños, rubios, guapos, educados y perfectos parecen duendecillos bajo sus monos de esquí. En las guarderías, con grandes ventanales a la calle, un profesor juega (¡tan sólo!) con cuatro chiquillos en pañales, porque la calefacción funciona a toda máquina. Luego está el tema monetario o, mejor dicho, coronario.
Copenhague es caro. Comer, moverse, tomar una copa, comprarse unos tejanos… Pero no es difícil vivir subvencionado. Por ejemplo, puedes entrar en la biblioteca pública, y sin necesidad de carnet de usuario, conectarte a internet sin más. Bueno, mejor decir good morning o god morgen. Imagino que, si eres ciudadano, las ventajas se multiplican.

Los muchachos copenhaguenses o copenhaguíes son apuestos pero tienen mal beber. Su aparente impasibilidad se viene abajo con una copa de más (que equivale para su aguante a la segunda y tamaño chupito; la menda necesitó unas siete u ocho-a precio de corona danesa-para poder notar sus efluvios) y entonces pierden los papeles y les salen muchas manos. Bailan un poco mejor que los alemanes, pero no mucho más. El tema de la arritmia es muy centro-europeo.

El tópico es cierto y las morenas de ojos oscuros les parecen de lo más exótico. Y, chicos de la iberia, no dejéis de ir porque las danesas son abiertas y a la inversa también funciona: para ellas morenos de ojos marrones son lo más.
En fin, que me hubiera quedado a vivir una temporadita; su orden es muy terapéutico. Además, visitarla con un holandés de raíces danesas facilita las cosas. Y si el holandés es ocurrente, sin complejos y buen amante, la facilidad se convierte en idoneidad.
Vamos, que he vuelto escandinófila y con bajón “vuelta a casa”. Pero que me quiten lo bailao, sobre todo en el Vega.
P.D. La sirenita es pequeña, sí, pero queda muy mona ahí en medio de una roca del mar.


Una canción para visitar Copenhague: Evig Pint – Kaizers Orchestra.