jueves, junio 29, 2006

TEJER Y DESTEJER


Me voy a Grecia casi dos semanas. A ver ruinas, puestas de sol y efigies pétreas y de carne y hueso. A comer hojas de parra, yogur y mageirefta. A cenar a partir de las 23 horas (¡no es en España donde se cena más tarde!). A desconectar. A conocer gente y costumbres. A comprarme algo kitch. A pillar una insolación. A tejer y destejer, como Penélope, esperando así una tregua a no sé muy bien qué. Cuando vuelva, os lo cuento, si es que hay algo que contar.
Kalispera.

jueves, junio 22, 2006

QUÉ FÁCIL ES MENTIR... Y QUÉ BIEN ME SIENTA.

He pasado unos días en plan seta, encerradita en casa pasando calor y lloriqueando por las esquinas por mi mala suerte con los tíos y bla, bla, bla. Tuve un par de válvulas de escape: las Sleater Kinney en el Primavera (hacía mogollón que no iba a un concierto en que me supiera absolutamente todas las canciones, qué gozada) y los Antònia Font en el Auditori, maravillosos como siempre. Me entró la reflexión manida pero cierta de cuánto bien hace la música, cómo reconforta a los espíritus marchitos y otra vez cursilería y bla, bla, bla. El sábado pasado, no obstante, decidí que ya estaba harta de mi duelo autoimpuesto: me calcé unos taconazos y salí a la calle dispuesta a comerme el mundo. Lo único que me comí fue el último peldaño de la escalera de casa: tropecé a causa de mi inexperiencia con los 10 cm (de tacón, que de lo otro tuve una experiencia algo traumática hace ya tiempo) y acabé con un chichón y sangre en el labio. Durante unos segundos pucheré como una niña pequeña, a punto de dejarme vencer por la autocompasión más miserable y por la sensación de rídículo; pero pensé que aún podría ser peor. Podría, por ejemplo, entrar algún vecino en la portería y verme con la cara hecha un mapa. Con la cara a lo Hillary Swan volví a casa, tiré los putos zapatos a la papelera y llamé a Marta para decirle que esa noche tampoco iba a salir. A los tres días mi aspecto había mejorado bastante, pero aún se notaban las huellas del “percance”, porque también me había salido una mancha color “azul cobalto”, muy de moda, eso sí. Tenía reunión con el señor Maravillas. No lo había vuelto a ver desde el día de LA PLANCHA, aunque habíamos hablado por teléfono y por mail varias veces. Las conversaciones se habían vuelto más frías y las bromas, más escasas. En realidad, tenía ganas de acabar ese trabajo y perderle de vista, aunque si os he de ser sincera, no pasaba ni un solo día en que no pensara en él. En el ascensor de su oficina vi mi mancha azul cobalto y caí en la cuenta que no podía decirle que me había escogorciado yo solita por culpa de los tacones. Me puse nerviosa. No se me ocurría qué podía decirle.
– Mila, ¿qué te ha pasado? Ésta era Sonia, la recepcionista.
– Ejem… un… accidente

– ¿De bici?
Iba a decirle que sí cuando apareció el señor Maravillas.
– Mila, ¿qué te ha pasado?
Se acercó a darme dos besos pero yo aparté la cara porque el lado derecho, joder, dolía un poco. Se quedó algo parado.

– No… es que me duele.
– Pero, ¿qué te ha pasado? Nos dirigíamos a una de las salas de reuniones. Y yo, sin saber muy bien por qué, le solté:
– Un atraco.
Y luego quise que se abriera un agujero y caer directamente en la línea 4 del metro. ¿Por qué narices le había dicho eso? Fue lo primero que se me pasó por la cabeza. Y claro, el se quedó a cuadros. Empezó a hacerme preguntas: cómo fue, estás bien, has hablado con alguien, que te han dicho en comisaría… y yo improvisaba e improvisaba y la historia me fue quedando atadita y creíble; una virguería de historia. “No, bueno, era un tío solo, no iba armado así que no sé de dónde saqué valor y me encaré con él. Eso le descolocó y por un momento pensé que me dejaría en paz”.
Aquí introduje algunos datos descriptivos con el fin de poner mi pequeño granito de arena para exculpar a los colectivos inmigrantes, que siempre son los que reciben (inciso: es como cuando en el telediario, os habéis fijado, siempre hablan de la nacionalidad de los atracantes y demás excepto cuando son de aquí)

– Era español. Iba bien vestido, no parecía un yonki ni nada por el estilo. Era jovencito, vestido así en plan rapero y pensé que era un niñato chulito y ya está.
Seguí mintiendo. Le dije que me pidió la cartera y mis pendientes en plan guais y que yo sólo le decía que no, que me dejara en paz y me daba media vuelta y trataba de correr, pero él me cortaba el paso; se volvía a poner delante y otra vez vuelta con la cartera y los pendientes. Empezó a darme empujones, yo me puse nerviosa pero seguía tercamente negándome, y eso que sólo llevaba 10 euros. Al final me agarró de un brazo y me apretó con fuerza:
– Dame la puta cartera y los putos pendientes o te hago una cara nueva.
En este punto de la historia el señor Maravillas estaba realmente flipando. “¿Y no pasaba nadie, ni un coche?"
– No, ya te he dicho que me metí en el puto parque para atajar y que estaba oscuro y los cuatro noctámbulos en zapatillas que pasean perros a esas horas estaban en la otra punta.
Seguí contándole que ahí sí que me acojoné y que con manos temblorosas saqué la cartera del bolso y me dispuse a sacarme también los pendientes. Y que entonces vio el reloj.

– Y el reloj también.
Y que ahí sí que no sé que me cogió, y le dije que no, que ni hablar, que el reloj era un recuerdo y que no se lo iba a dar. Y entonces el tío me apretó aún más fuerte el brazo y con la otra mano trató de sacármelo. Entonces yo le empujé… y él me pegó un puñetazo. No me caí al suelo pero empecé a gritar como una loca y cuando parecía que iba a volver a pegarme llegó un hombre mayor con un perro que ladraba como un histérico. El tío se acojonó y salió corriendo sin mi cartera, mis pendientes ni mi reloj.
Se hizo un silencio y entonces el señor Maravillas me miró y dijo:

– Pero Mila… ¿cómo se te ocurre plantarle cara de esa manera? ¿No ves que podría haberte hecho mucho más daño? ¿En qué estabas pensando? Además… ¿ése no es el reloj que nos regalaron los de Frigo?
Aish… efectivamente. Yo llevaba un reloj que nos habían dado a los dos en el penúltimo trabajo que habíamos hecho juntos, con el logo de Frigo, el corazón ése espantoso. Versíón chico y versión chica. Qué queréis que os diga, se me pasó el fashioneo hace tiempo; no tenía reloj y éste me parecía práctico y majete… Estuve a punto de seguir mintiendo, de decirle que ese día llevaba el bonito reloj que me había regalado mi abuela en su lecho de muerte… pero no me quedaban fuerzas. Me puse colorada y estaba a punto de confesar que todo era una gran bola cuando, de repente, el señor Maravillas dijo algo que me hizo pensar que había tomado mi rubor por otra cosa:
– Mila… no quisiste darle nuestro reloj… ¿porque era un recuerdo? Sólo en ese momento me di cuenta de que él también lo llevaba. Cuando nos lo regalaron nos lo pusimos riendo y diciendo que de tan kitch era bonito. Yo lo seguí llevando, pero él lo alternaba con un precioso NIXON que seguramente le había regalado su chica. Y entonces me cogió la mano y la apretó. – Eres… eres la hostia. Sonreía. Y yo me olvidé de mi mentira y de mi morado y sólo podía concentrarme en su mano sobre la mía. Yo también sonreí y dejé que él se creyera su mentira.

viernes, junio 09, 2006

AQUELLAS ABSURDAS COSAS DE LA ADOLESCENCIA


En la adolescencia hacemos muchas tonterías. Eso no es ninguna novedad. La novedad es encararse con ellas 15 años más tarde. Y eso he decidido hacer: amigos y amigas, aun a riesgo de que me déis puerta, hoy voy a confesar una lista vergonzosa de chorradas vitales de ésas que ya no se pueden cambiar, que forman parte de mi vida. No es que una haya dejado de hacer el primo, qué va (seguramente de aquí 15 años escribiré otra lista con las gilipolleces de los casi 30), pero ha llegado la hora del exorcismo. Yo Mila, confieso que de púber hice cosas como:
- Ir a un concierto de Roxette
- Hacer playback delante del espejo de mi habitación con el cepillo del pelo, imaginándome que cantaba "la fuerza del destino" delante de toda la clase.
- Comprarme (glups, éste es muy duro!) el primer disco de Mariah Carey (me he puesto roja y todo al escribirlo)
- Imaginar en clase de mates que en una excursión nos perdíamos el chico que me gustaba y yo en medio de un paraje inhóspito. Por supuesto, él aprovechaba la ocasión para declararme su amor incondicional (cosa harto difícil, teniendo en cuenta de que casi no hablábamos).
- Escribir un diario cursi a morir
- Coleccionar citas de ésas de "Si lloras por no poder ver el sol..." ¡Puaj!
- Admirar a todas mis compañeras de clase con "esa seguridad en si mismas" (en realidad eran unas pendonas desorejadas, hoy reconvertidas en sosas señoras, pero para mi eran diosas del saber estar).
- Depilarme con cuchilla y no con cera (aún hoy pago las consecuencias)
- Enamorarme siempre del más petardo de la clase, y ni aún así comerme un rosco.
- Ponerme roja como un tomate cuando algún chico sin gafas o aparatos en los dientes me pedía la hora
- Llevar un sombrero de paja a lo "Tom Sawyer" el primer día de clase en un cole nuevo. Aún me sobrevienen las risas algunas noches de insomnio, como una pesadilla crónica.
- Tener taquicardias antes de cada episodio de Luz de Luna (bueno, eso no estaba tan mal)
- Aceptar que mis primeros sujetadores fueran de un horrendo color carne sin rechistar
- Ir a cortarme el pelo, no ser capaz de detener a la peluquera en su arrebato de creatividad chusquera y salir convetida en Joey Tempest, el cantante de Europe.
- No encontrar el valor para decir a la señora de la tienda que esos tejanos apretados no me gustaban, por mucho que estuvieran de moda (haced la ecuación: Pelo a lo cantante de Europe + tejanos apretados-lavados a la piedra, of course- = a... )
- Y por último, pensar que me merecía ser taaaan desdichada por tonta y tímida.
Menos mal que alos 18 se me pasó la gilipollez. Ya me siento mejor. Gracias por escucharme.