viernes, mayo 26, 2006

LA PLANCHA

Cardos y no flores de colores, tábanos en vez de mariposas. Mierda y no de plastilina, precisamente. Así lo veo todo desde AYER.
AYER fue el día de la PLANCHA.
Tenía que llegar, porque lo sabía, porque estaba cantado y porque LA SUERTE es algo que, por mucho que se busque según los libros de autoaydua, es una PUTA LOTERÍA. Alguien vio al señor Maravillas antes. Bastante antes. Igual unos siete años o así.
El caso es que estaba lanzada. De verdad. No sé, me miraba de una forma, y al despedirse parecía que el beso duraba una décima de segundo más de lo normal. Yo pensaba “vale, no soy Poirot precisamente-os juro que fui coleguilla de la hija de un capo del narcotráfico y yo no sospeché de sus ponys en el jardín- pero creo que le gusto algo a este chico .
Durante un par de días seguidos quedamos por temas de trabajo. La segunda en un bar por iniciativa suya, y yo lo vi como una SEÑAL. En esas dos ¿reuniones? ¿citas? hablamos y hablamos y yo estaba al acecho como una quinceañera en las rebajas del Bershka, intentando pillarle algo desagradable: un tic feo, un comentario machista, una camiseta JBP… pero nada. Seguía siendo MARAVILLOSO.
Nos lo pasamos la mar de bien. Durante esas dos charlas me convencí de que, además de ESTUPENDÍSIMO el chico estaba más libre que Pichi, el pájaro de Heidi: ninguna de sus aficiones, hábitos o manías que salieron en la conversación dieron pie a pensar en un “nosotros” y no en un “yo”. A esas alturas mi corazón estaba a punto de salirse por la boca, ni House hubiera podido hacer nada al respecto. Estaba tan embobada con él que por un momento pensé que mi cara de idiota me delataría. Pero si hay algo que está claro, compañeros y compañeras (os lo dice esta piltrafa) es que NO SE PUEDE DAR NADA POR SEGURO SI NO LO SABES A CIENCIA CIERTA. A la mierda la intuición, las hipótesis y toda esa basura. Y perdonad por el vocabulario, pero es que estoy recogiendo los trocitos de mi corazón y pegándolos con celo, y en esas condiciones se puede consentir.
Bueno, a lo que iba, AYER iba a ser el día. Volvimos a quedar (siempre por trabajo) y yo estaba dispuesta a pedirle una cita “en toda regla”, aunque lo iba a disfrazar de improvisación. No es que de repente me haya sentido influenciada por el anuncio de la cocacola light, porque nunca he tenido demasiados problemas en llevar la iniciativa, pero ya os dije que con el Señor Maravillas me faltaba aplomo (iba a llamarle Señor Estafas, pero no sería justo, él nunca me mintió, simplemente obvió un dato). Y todo iba sobre ruedas: habíamos zanjado la corrección de los últimos textos y estábamos ya en ese punto en que la charla se vuelve intrascendentemente trascendente. Lo estaba llevando a mi terreno (quería que me acompañara al concierto de unos colegas que él conocía), cuando entró en la sala la recepcionista de su oficina:
–Tu chica al teléfono, dice que sólo es un momento.
El cuadro fue el siguiente: el tiempo se detuvo, la escena quedó congelada durante unos instantes. Hasta la recepcionista se quedó parada en una postura rara, con un pie fuera de la puerta y el inalámbrico en la mano. Él levantó la mirada y durante un segundo me miró a los ojos y luego bajó la vista. De su garganta salió su preciosa voz, algo temblorosa, diciendo:
–Ahora la llamo.
Bueno, al menos ésa es la percepción que yo tuve de ese momento. Porque fue eso, sólo un momento, pero yo en mi interior oí el sonido de un glaciar desplomándose, y eso que nunca he vivido esa experiencia de comunión con la naturaleza. Y la habitación se hizo gris mate y de repente sentí muchas ganas de gritar. La recepcionista se fue y por un momento parecía que él iba a balbucear algo así como una disculpa, por la manera en la que me miró, pero en realidad ¿de qué iba a disculparse, sino había hecho nada?.
Acabamos un poco precipitadamente la reunión y recogí mis cosas. Yo seguía haciendo mis bromas como si nada, porque fui a un cole de monjas y nos enseñaron a guardar las apariencias. Él parecía más serio que de costumbre. Me dio los dos besos de despedida y creí notar que apretaba mi antebrazo más de lo normal, pero seguramente son todo imaginaciones mía de niñata que leía demasiado el superpop en esa edad en que deberían prohibir que esa bazofia cayera en las manos de una.
Sé que no es para tanto, pero qué queréis que os diga, me había hecho ilusiones. Me da por pensar que si él supiera todas las tonterías que me había llegado a imaginar, se partiría la caja de la risa. Supongo que para él simplemente soy “esa chica tan maja que colabora con nosotros”.
Pero para mí es otro chico que valía la pena y que no llegó ni a proyecto. Con el añadido de que por primera vez siento que me han roto el corazón sin ni siquiera haber empezado nada.
Y por eso no hago más que escuchar a las Coco Rosie y hasta he soltado un par de lagrimitas fregando los platos.

jueves, mayo 18, 2006

LA JUVENTUD YA NO ES LO QUE ERA... Y OTROS DESENCUENTROS

Cuando uno cumple 29 años puede aceptarlo tan ricamente o tirarse a la alfombra del comedor y gritar desesperada, como fue mi caso. Digamos que llevo mal lo de cumplir años, aunque como bien dice mi amiga Mireia “peor sería no cumplirlos”. El caso es que una de mis estrategias para disimular tan trágico acontecimiento este año ha sido celebrarlo en el concierto de los Arctic Monkeys. Pensé que camuflada entre veintipocoañeros/as engañaría a mi subconsciente y, junto a la escasa luz del Razzmatazz que disimularía mis (incipientísimas) patas de gallo, me sentiría como si acabara de cumplir 24. Ah, bueno, y que me gusta la banda. O quizás debería decir “me gustaba”, porque la verdad es que me llevé una decepción. No entiendo por qué con una media de edad de 20, estos chicos se cansan tan pronto. ¿Qué fue de los conciertos de dos horas, donde yo (a mis lejanos, snif, 20) salía satisfecha, cansadísima y llena de orgullo de fan incondicional? ¿Qué ha pasado con los bises? ¿Ya nadie sabe lo que son? ¿Por qué ya no se grita “otra, otra”? Por qué los cantantes no se entregan fogosos a un speech chapurreando en la lengua vernácula? Allí estaban los cuatro monos tocando impecablemente y, en un periquete, dos sosos "gracias", un "hasta luego" (¿¡hasta cuándo!?) y c’est finie. Y eso que los veintipocoañeros de las primeras filas estaban entregadísimos a sus canciones y se comportaron como mandan los cánones en un concierto de rock: con gritos, saltos, mareos y algún que otro doble carpado sobre las cabezas ajenas.
Eso sí, por mucho que pretenda seguir como a los 21, lo de las primeras filas ya no me tira nada. Decidí subir al piso de arriba donde si adquirías una postura de contorsionista mandarín (amigo diyéi, pásame el hacha cuando acabes con “la puta palmera de la barra de La Riviera” para que proceda con las columnas del Razz), podías ver a sus majestades los sobrados. Cuando mi única esperanza de convertir la noche en algo inolvidable se sustentaba en la hipótesis de que a lo mejor los cubatas ya no serían de garrafón (cosa que, obviamente, no sucedió) constaté con agrado que mis percepciones iniciales habían sido erróneas: en el piso de arriba abundaban los rondadores/as treintañeros/as que ya no se sienten en la arena como en su casa. Y había más de los que yo esperaba.
Dejé a mi amiga Marta en una doble contorsión de gran dificultad y preciosista ejecución, cuyo objetivo final era mantener intactos mis 60 cm2 de suelo, para acercarme a la barra a por mi dosis de etanol. Allí me encontré al antiguo novio de una conocida. Él y su amigo, (que guardaba un cierto parecido con Jack de Lost aunque mucho más canijo y con más tatuajes en los brazos), me saludaron con una efusividad abrumadora. Parecían encantados con los Arctic, aunque desde donde estaban no se veía ni jota.
El concierto acabó pronto, prontísimo, más aún que si fuera horario de Sheffield, y Marta y yo nos fuimos con ellos a cenar. Y como una cosa lleva a la otra, al final lo de cumplir años no estuvo del todo mal y tuvo su guinda. Cuando CasiJack se fue a su casa me di cuenta de que tenía un mensaje en el móvil:
“Te he visto al salir dl koncierto y me he acerkado a saludarte, pero ibas muy deprisa y muy bien acompañada, señal que demuestra que los 29 te sientan la mar de bien. Muchas felicidades”
Era del Señor Maravillas.
Por mucho que me retorcí las neuronas, no conseguí recordar en qué estado de acaramelamiento salí del Razzmatazz. Debería estar mirando con ojos de idiota los fabulosos tatus de CasiJack y no me di cuenta de que por ahí estaba ÉL. ¡Cagüentodo! Paso casi cada minuto de mi existencia ejercitando mi poder mental para encontrarme con el señor Maravillas y un instante que me despisto, pierdo mi oportunidad. Me queda el consuelo de que al menos se acordó de mi cumpleaños. Se lo dije semanas antes, cuando compré la entrada. No me dijo que iba a venir, sino me hubiera pasado la noche desfilando entre la marea humana para dar con él… En el próximo concierto tendré que hacerme con unos prismáticos, como en la ópera. Y en cuanto a su comentario… ¿será retintín o simplemente una especie de cumplido de compromiso?
Uff, ni siquiera me atreveré a preguntárselo la próxima vez que lo vea.

viernes, mayo 12, 2006

SOLTERAS POR UN DÍA


Con una lamentable resaca y, lo que es peor, con una lamentable sensación de fracaso, me levanto, legañosa y aturdida y, café aguado en la mano, repaso la noche anterior. Y llego a la conclusión de que no tengo remedio. Todo empezó cuando mi amiga Maica, divertida, sexy, felizmente casada y mamá de buen ver me comenta que Pepe (su flamante y envidiable marido) y su hijo de anuncio Lluc se iban a pasar cuatro días en el pueblo de la familia política. Propuso una cena en su nidito de amor vacío, y se apuntó Itziar, terremoto felizmente arrejuntado e instalado en una también envidiable relación modélica. Las dos estaban exultantes, algo así como un preso a quien le conceden la libertad condicional diurna o como se diga. Lo que empezó como una cenita de niñas fue animándose y a los dos mojitos y medio, Maica casi gritó:
–¡Salgamos por ahí!
A Itziar le faltó tiempo para apuntarse:
–¡Me lo has quitado de la boca! ¡A morir!
Yo no estaba muy rumbosa, sobre todo teniendo en cuenta que con el día 16 llegaban mis 29 años, y eso me deprime sobremanera (los 9 siempre son psicológicamente arrolladores). Pero claro, decir que no a dos piezas con más energía que un red bull adulterado es prácticamente imposible. Sin tiempo a decir “voleu dir?”(¿queréis decir?) me vi sentada en el taburete del lavabo de Maica, quien, paleta de pinturas en mano, procedió a intentar embellecer mi taciturna expresión (por un instante, al ver el impresionante kit de maquillaje, temí que fuera a pintarme las Meninas en la cara). Revista femenina en mano, copió con esmero de monje chaolín el maquillaje de Diane Kruger mientras nos reíamos con lindezas revistiles como ésta: “los labios en rosa son muy femeninos, como si hubieras comido bayas frescas”. Miré los labios rojos de Itziar:
–Pues entonces tú has comido chorizo–le solté.
En fin, cuánta tontería impresa, pero de eso ya me quejaré otro día. La verdad es que Maica es mu apañada y me dejó monísima. Lo remató prestándome un top con un escote que desafiaba las leyes de la física.
–¡Y ahora, a encontrar a tu príncipe azul!
Yo me conformaba con un buen polvo, pero hay que poner siempre el listón bien alto.
–Está bien, pero nada de antros con Bisbal o Paquito el chocolatero
–Oye rica, que estamos casadas, pero no somos idiotas.
Así que nos plantamos en un club de lo más “in” (siempre había querido decir esta frase) y empezamos a puntuar al personal.
–Mira que manos–me dijo Maica que babeaba mirando al camarero.
–¿Oye, a ti no te gustan en plan modernete? –soltó Itziar señalando con la barbilla a un tipejo que se había vestido con más superposiciones que artículos tiene el Estatut.
–Uff, quita, quita, que parece que se haya escapado de un reportaje de wallpaper. Tiene que ser más normal.
La verdad es que yo no quitaba el ojo de la puerta; no podía dejar de pensar que de un momento a otro iba a entrar el señor Maravillas, que es lo que pasa siempre en las películas, series, y novelas, y como en el blur de “west side story”, todo desaparecería de nuestro alrededor excepto nosotros dos. El caería rendido a los encantos del rosa “bayas frescas” y yo, a los de su demoledora normalidad.
Pero claro, ya he dicho muchas veces que no vivimos en Jolibut, y aunque Barcelona de marcha es pequeña, sobre todo si compartes gustos musicales, por la puerta sólo entraban guiris de nariz colorada y algún que otro moderno altivo. Cuando me di cuenta, Maica e Itziar estaban hablando con sendos especímenes del sexo contrario de buen ver. Sentí pánico. Las vi tan metidas en materia que me entró una timiditis extrema. Sola, junto a la barra, empecé a beber el cubatilla como si fuera el colacao de la mañana.
–You have a lovely body–me soltó un inglés vestido como Julian Casablancas y que no parecía conocer la existencia del protector solar, a juzgar por el color "rosa baya" que exhibía su tez.
–And you have bad breath– le contesté con cara de mala leche.
Se fue soltándome un insulto. No se me acercó nadie más. Maica e Itziar me arrastraron al lavabo.
–Uff, qué pesado el mío, pero es majete–decía Maica.
–Pues el tal Jaume es farmacéutico–contaba Itziar.
–Al final le he dicho que estaba casada, porque iba a saco.
–Pues Jaume me ha dado su teléfono por si algún día lo dejo con Javier.
–Oye, Mila, ¿y a ti cómo te ha ido?
–¿“Go to hell” cuenta como éxito o fracaso?
–¿Eso es todo?
Eso era todo. En el taxi de vuelta me psicoanalizaron.
–Mila, has de estar más receptiva, no puedes ponerte borde con todo el que se te acerca.
–Así no avanzas–sentenció Itziar.
La vida es injusta. Ellas, con sus estupendas relaciones, se sienten seguras y relajadas, y atraen a los hombres más que Losantos las iras.
–No tenía la noche–fue mi excusa.
El taxi las dejó a cada una en su casa.
–Echo de menos a Pepe y a Lluc–suspiró Maica.
–Pasado mañana los tienes aquí–dijo Itziar–¡Qué mono, Javier!–añadió–Me acaba de enviar un SMS: “vuelve pronto, ratoncita, que la cama es muy grande sin ti”.
La última en llegar a casa fue la menda. Abrí la puerta de mi cuchitril y eché de menos un gato que se restregara en mis piernas, incluso sabiendo que me hubiera arruinado las medias. Me metí en mi cama demasiado grande. La habitación daba vueltas.
–Go to hell, señor Maravillas– le dije al techo. Caí en coma etílico.

jueves, mayo 04, 2006

AH, L'AMOUR!!!!!!!!!





Siento el retraso redactil pero es que… me he enamorao. Y ya sabéis qué siginifica eso. Tontería supina. Palpitaciones incontrolables y a destiempo. Horas delante del espejo tratando un mechón rebelde que afea. Sueños de dodotis (flores de colores, mariposas, plastilina).
Le he conocido por trabajo y nada más verle me dio un vuelco el corazón. Vaya, un flechazo de esos al más puro estilo jolibut. Rápidamente el escáner de mi cerebro le hizo el chequeo inicial (más superficial que los de sesiones posteriores, donde ya se comprueba, por ejemplo, si pierde aceite):


Guapo: lo justo.
Inteligente: bastante.
Sentido del humor: mucho.
Chulería: cero.
Manos: grandes.
Voz: preciosa.
Conexión: completa.
El escáner inicial –debo decir que es inconsciente- raramente se supera (siempre fallan los apartados “Sentido del humor” y “Chulería”, excepto aquella vez en que el fallo fue en “voz”: el pobre chico tenía el tono calcado al de Carmen Hornillos), pero esta vez los indicadores de mi cerebro pitaron y pitaron y las luces verdes de aprobado con nota casi me ciegan virtualmente. Entonces fue cuando mi corazón empezó a palpitar como un “caballo desbocado” por seguir con los símiles pastelosos, dado que delante de mí se encontraba un “futurible”, un posible, un digno merecedor de mi pálpito que tan reacio llevaba a manifestarse en los últimos casi tres años. Porque desde lo de Leo que no me enamoraba yo, que mi escáner últimamente estaba más difícil de pasar que el MIR. ¡Con lo enamoradiza que era yo a los 16; con sólo que un chico me dirigiera la palabra más allá de pedirme los apuntes, ya me caía la baba!.
La verdad es que apenas le conozco, de momento puedo contaros que tiene una capacidad casi jedi de concentración y parece estar siempre muy ocupado. Quizás es poco espontáneo, quizás es reflexivo, no sé, pero tiene una especie de obsesión con que se le entienda bien cuando habla. Y sobre todo, es extremadamente sexy, pero eso no me lo ha dicho mi razocinio, sinó más bien otra parte de mi composición anatómica, ubicada más o menos entre el pecho izquierdo y el esternón. Uff, me hechiza y me turba a partes iguales. No me veo capaz de mirarle estoicamente a los ojos, pero tampoco puedo dejar de hacerlo en aquellos escasos momentos en que me armo de valor.
Enamorada como una idiota. Un asco de enamoramiento, de verdad, una puta novela de Danielle Steel. Es como si todo en él fuera especialmente agradable a mis sentidos, incluso su olor, ese olor que debe tener la composición química infalible para que mis feromonas se pongan como locas cada vez que le veo.
–¿Cuántas veces te has acostado con él? –me preguntó la bruta de mi amiga Marta cuando le confesé así, a bocajarro, que me había enamorao.
Y precisamente de eso se trata. Que no hay manera de avanzar.
–Joder, ése es el problema; lo conozco por trabajo y nos hemos visto unas cuatro o cinco veces, más las llamadas o los mails… Y no sé gran cosa de él, sólo que conectamos en todo: en los chistes que hacemos, en la música que escuchamos, en la manera de entender el trabajo…
–Mmmm. Parece serio…
–Sí, totalmente. Por mucho que trate de bajar la imagen que me he formado de él del pedestal, buscándole fallos, incongruencias, defectos en su manera de ser, no lo consigo. Estoy irremediablemente enamorada.
–Bueno, ¿y cuál es el problema? Échale los trastos y ya está.
–No puedo. Ya te he dicho que estoy enamorada.
–No te entiendo–dijo Marta.
–Hay una gran diferencia entre que te guste alguien, y estar enamorada. Normalmente cuando me gusta un tío, voy a por él. Le pego un par de indirectas, quedamos y todo es muy fácil con media botella de vino en el cuerpo. Pero al “señor Maravillas” lo he conocido trabajando, y hablamos básicamente de trabajo, con retazos de vida por en medio como fortuitos, como que se escapan, pero no me atrevo a ir más allá.
–Y en esos “retazos de vida que se escapan”, ¿ha salido a colación alguna novia o mujer?
Y aquí llegamos al kit de la cuestión. No ha hablado de pareja. Pero tampoco ha dejado claro que no la tenga, con alguna alusión del tipo “uff, estoy cansado de tirar la comida de la nevera, siempre se me estropea…”.
Así que, o la tiene y le gusto y no me lo dice,
o no la tiene, no le gusto, y por eso no me lo dice,
o no la tiene y le gusto. Y eso sería lo más maravilloso del mundo mundial. Y también lo más imposible porque…. ¿cómo iba a seguir soltero el “señor Maravillas”?