martes, septiembre 25, 2007

¿QUIERES REGAR MI CÉSPED?

Tras más de 1000 kilómetros de autopista y tres Red Bulls, Noelia y yo llegamos al apartamento gaditano que habíamos alquilado para pasar dos semanas de agosto. A las dos nos dio un acceso de risa histérica al comprobar que era más preciosista aún que en las fotos. Y que tenía un jardín con una manguera, un porche, dos tumbonas, una palmera, una buganvillia y un invitado, Leopoldo. A unos 10 minutos a pie y tres en coche teníamos la playa de Trafalgar y el chiringuito de las sardinas a la plancha con su chiringuitero piropero. A 40 km a la redonda, un montón de pueblos por descubrir. Y a dos palmos, en el césped, el hombre más sexy y guapo que ambas dos habíamos visto en nuestra vida.
Sé que suena a tópico, pero es verdad. Creo que los que regentan los apartamentos hicieron un cásting de jardineros. Si no, no me lo explico. El imberbe que seduce a Gabrielle Solís en Mujeres Desesperadas no le llegaba ni a la suela de los zapatos, ni aunque éstos fueran de Sonia Rykiel (hoy me permito frivolidades, que me he comprado el Vogue). Os juro que era espectacularmente guapo. Y con un cuerpo forjado a golpe de azada y lo que sea que usan los jardineros digno de un calendario ideal para colgar en Wad-Ras.

La cosa fue más o menos así: Noelia y yo salimos el primer día a desayunar al porche del jardín, cual marquesas de Sotomayor, cuando de pronto una voz nos llamó desde la verja del jardín.

–Hola. Vengo a cortar la hierba. ¿Se puede?
La voz (con acento gaditano) pertenecía a un cuerpo aún no identificado, ya que le tapaba el brezo que cubría la valla.

–Mierda, qué inoportuno–dijo Noelia mientras se dirigía a la puerta del jardín.
Y entonces, entró. Mi pequeña dosis de ego herido se consuela pensando que si hubiera acudido yo a abrir la puerta (y tuviera los preciosos ojos verdes de Noelia) quizás el jardinero hubiera reparado en mi antes, pero ella fue la que se topó de bruces con el Apolo de las katiuskas. La pobre tuvo que sobreponerse en segundos a la conmoción de encontrarse con un tipo semejante a las 10 de la mañana en el jardín, pero lo hizo magistralmente. Ni pestañeó, como si estuviera acostumbradísima a abrir la puerta un día cualquiera y encontrarse al mismísimo Príncipe Felipe (que conste que somos republicanas, ya que está de moda pronunciarse estos días) o a Jacob Dylan, por poner dos ejemplos inconcebibles. A mi, sin embargo, la mandíbula me llegó al césped cuando miré hacia la puerta.
La muy bicho de Noelia, parapetada por las anchas espaldas de la APARICIÓN, me iba haciendo caras de incredulidad, aguantándose la risa, señalándole el culo, y yo sí que tuve que esforzarme en disimular.
Pensé que igual se trataba de una broma de bienvenida, algo así como un modelo contratado para amenizar la entrada del huésped, pero el mozo se dirigió como si nada al enchufe y procedió a darle a la cortacésped.
Sobrepuestas más mal que bien a la conmoción y el estupor, Noelia me agarró del brazo y me arrastró dentro del apartamento.

–No me lo puedo creer. ¿¡¡¡Pero tú has visto eso!!!? ¡Estas vacaciones sí que empiezan bien!
–Calla, loca que te va oir. ¿No será un gigoló a domicilio o algo así?
–¡No seas burra! Que no somos unas solteronas cincuentonas ni esto es Marbella. ¡Por Dios, voy a decirle algo, lo que sea, a darle palique!
–Vale, pero desabróchate un botón de la camisola ésa que llevas.
Y así mi querida Noelia comenzó una ardua pero concienzuda labor de seducción muy bien urdida y aún mejor llevada. Que si recomiéndanos una playa, un garito, un restaurante…

“Una postura” –pensé yo mientras le veía ir de aquí para allá, intentando todo dientes y sonrisa hacerse oír por encima de la cortacésped.

Se fue echándole un piropillo a Noe y recordándonos que el viernes volvería. Yo me despedí con un gesto de mano blando, sabedora que la batalla estaba perdida de antemano al ver que el macizorro no reparaba en mí ni un segundo.

–El viernes vuelve.
–Igual quiere comprobar si tus tetas hablan. Como no ha parado de mirarlas…
–Uy, uy, uy… estás celosa–pero me lo dijo riendo. Ella sabe que no.
–Es la primera vez que coincidimos en gustos con un tipo. Pero claro, éste no cuenta, porque es perfecto.

–La segunda–me corrigió ella. –¿Te acuerdas del recoge-vasos?

Y me reí al acordarme cómo noche tras noche, en mi visita hace ya años a Madrid, repetíamos en la sala Sol para deleitarnos con la visión de uno de los recoge-vasos del local.

–Bueno, cuando te lo beneficies, quiero luego los detalles–continué–. Pero tendrá que ser de día; te recuerdo que compartimos habitación.
–Bah, ¿de verdad crees que puedo ligarme a un tío así? Ha sido simpático porque somos las inquilinas de sus jefes…

–Vale, ya me lo dirás. Verano, playita, calor, hormonas disparadas... –Entré a buscar la bolsa de playa–. Pero quiero los detalles–repetí.
Efectivamente, aquel viernes, seis días después de nuestra llegada, Noelia comprobó que el jardinero infiel (estaba casado) usaba bien su cuerpo entrenado bajo el sol. Yo mientras tanto, disfrutaba en la playa de una brisa atípica y de los intentos enternecedores de un belga asincrónico por quedar conmigo aquella noche. Pero eso es otra historia. Hasta entonces, el único que pisó nuestro césped fue Leopoldo. Si os fijáis bien lo podréis ver en la foto.

viernes, septiembre 14, 2007

LOS GUIONES DE LA VIDA

Este blog nació con pocas pretensiones. Más bien con banales pretensiones. Las de hacer extensible mis conflictos y culebrones particulares con el sexo opuesto a un público cibernáutico libre de opinar(me), flagelar(me) y orientar(me). La de conseguir entender un poquito mejor los múltiples desencuentros que se dan en el mundo del amor, los sentimientos, los rollos, el sexo y demás oh-yeahs, como dirían Antònia Font.

Pero el guión de la vida no lo escriben los de Globomedia, así que de vez en cuando el guión se tuerce inesperadamente y aparecen nuevas escenas, esas sí que ni banales ni superficiales ni apabullantemente memas, sino jodidamente reales.
Uno de esos bruscos giros de guión se produjo con la muerte de un buen amigo en julio pasado. Y a finales de agosto, el giro de guión me ha tocado aún más directamente, pues a mi madre se le ha diagnosticado una enfermedad irreversible.
Cuando ocurre algo así, sientes que no tiene ningún sentido hablar de tonterías, preocuparte por los chicos que pasan por tu cama y por tu vida. Tu atención, tus energías, tus ganas están en otra parte; se han quedado enterrados en alguna playa gaditana. De ahí mi mutismo: los dedos pesan y lo único que apetece es teclear onomatopeyas de autocompasión, rabia o infinita tristeza.

Sin embargo pasan las semanas y el guión sigue, y tú tienes que seguir aprendiéndote tus diálogos hasta el punto en que te apetece ir al plató para sentir que no todo es una mierda, que hay una vida de culebrón que consigue hacerte olvidar o al menos esconder la angustia latente. Los niveles bioquímicos que nos conforman despliegan sus estrategias de supervivencia para conseguir salir adelante, para conseguir seguir viviendo con intensidad, y lo hacen de formas muy diversas: unas risas con tus amigos delante de una caña, una dosis de humor negro, un bailoteo desaforado una noche de sábado anodina, un chico con piercing que te mira desde el fondo del vagón del metro. Pequeñas cosas que siguen ocurriendo y que ayudan a dar sentido a las horas. Esas pequeñas-grandes cosas que, en realidad, forman una parte indispensable del guión.
Darme cuenta de eso me hizo cambiar de opinión. Si durante unos días creí que el Manual ya no tenía sentido, ahora creo que lo tiene más que nunca. Porque me conecta con la banalidad y la superficialidad más adorable, la que a día de hoy consigue que desenchufe la pena infinita. Porque me permite sentirme si no bien, sí mejor. Por eso el Manual va a seguir como siempre sin pretensiones haciéndoos partícipes de mis fracasos con los hombres en particular, porque con la vida en general me temo que todos fracasamos inevitablemente en algún que otro momento.
No os preocupéis. Mila está bien, agradecida, luchadora y con ganas de contaros qué ha pasado con el Jardinero Infiel, el belga autista, el gaditano soñador y tantas otras historias tontitas anteriores y también posteriores al giro de guión. De contaros, en definitiva, aquellas pequeñas trivialidades que tanta falta hacen para sentir que, pese a todo, estamos vivos.
Así que atentos a sus pantallas, mis amad@s pepitos grillos.