miércoles, diciembre 12, 2007

SÍNDROME DE LONDON

Que levante la mano o el mouse el que alguna vez ha tenido ganas de dar un cambio radical a su vida y largarse a otro lugar, solo o sola, rompiendo con todo, empezando de nuevo, viviendo experiencias nuevas y excitantes y mandando a paseo la rutina diaria.
Mmm… lo imaginaba: la mayoría. A mi constantemente me pasa. Pero después de este puente viviendo el Londres que no había encontrado en mis anteriores visitas, el sentimiento ha pasado de ser una fantasía recurrente a una especie de necesidad vital.

La culpa de todo la tiene Aitana que vive una vida llena de aventuras, glamour y jolgorio en la city of cities. Ella decidió largarse a Londres hace más de un año y estudia un master de diseño en la prestigiosa Sant Martins School of Arts. Segundo puntazo: fui a ver su “cole” y rebosaba creatividad y talento por cada pared y cada flyer. El primer puntazo fue ver el “cool place” en el que vive, compartido con un brasileño majo: un loft en el corazón del East End, la zona que ahora se está convirtiéndo en “lo last” de Londres. Para muestra, un botón.














Bueno, pues la vida de Aitana me dio mucha envidia: aluciné con sus proyectos de estudios y con su modus vivendi. Y sobre todo aluciné con su intensa vida sentimental. Claro que no es de extrañar: guapa, talentosa y con estilazo (en una ciudad donde ese punto pasa a ser el número uno de la lista, por delante de otros más nuestros como la “buenez”, la pasta o la proyección profesional), no es de extrañar que le lluevan las conquistas casi tan a menudo como la rain falls en Londres.

Pero lo que me puso cardíaca de todo fueron las dos noches de fiesta y desenfreno por la zona de Shoreditch. Era como entrar en otra galaxia. Gente rara, gente guapa, gente estrambótica, gente de todas partes, gente absolutamente absurda…
Había ratos en que me apalancaba con la birra y no podía dejar de mirar a todo bicho viviente; era un espectáculo impagable.
Y la música…¡ay, la música! ¡Qué subidón!
Y las tiendas de segunda mano… ¡inacabables!
Y los hombres… ¡Qué hombres! Parecían todos salidos de una banda de rock. Me consuela saber que he vuelto con el mail de un british lánguido de ojos inquietantes llamado Brian al que conocí en el Jaguar Shoes el viernes y con el de un guapo italiano llamado Lucca que se despidió de mi el sábado con un beso de película en la puerta del BoomBox. Para que luego digan que en las Britanias no se liga.

En el Catch vimos en concierto a un grupo chulísimo. La cantante, esta godness de la noche, era pura energía. En el local estaba un tal Billa, un tío que se dedica al “clubbing” (¡qué bonita actividad!) haciendo fotos que luego cuelga aquí.
En fin, soy consciente de que he vuelto patológicamente prendada y de que el “trendysmo” me ha cegado. Y que la realidad luego es el de una ciudad fría, lluviosa, cara y llena de gente superficial y obsesionada con la imagen… aunque ésta a veces sea un poco deplorable (Aitana vio a un tío cuyo “outfit” –sic– consistía en un cubilete de patatas del McDonalds a modo de sombrero). Pero como sólo he estado cuatro días, sólo he visto el sunny side of (London) life.

Y esta semana Barcelona me parece taaaaaaaaaaan gris.

martes, noviembre 27, 2007

SILENCIO EN LA SALA

He llegado tarde a la reunión con Mr. Wonders sin proponérmelo. Me he hecho un lío con los autobuses. A él no ha parecido importarle.

Eso ha sido esta mañana. Tras una crisis de look digna de la más casposa película de sobremesa, he acabado con mi primera elección: tejanos, camiseta, chaqueta de punto, bambas (o tenis, o zapatillas, que cada uno le ponga la variante regional al uso). He salido de casa dejando en la habitación un reguero de medias, faldas, botines, collares, jerséis y hasta un sombrero. Algo así como el camino de Pulgarcito pero del Zara. Ya en el autobús (equivocado) he tratado de relativizar todo lo que a velocidad del rayo pasaba por mi cabeza y por mi esternón: “que no note que estoy nerviosa; que no note las ganas que tengo de verle, que no note que me tiembla un poco la mano izquierda”. Que no note, en definitiva, lo mucho que me gusta. He llegado y estaba allí mismo, en la recepción, hablando por el móvil. Me ha sonreído y, saludándome con la mano, ha seguido a lo suyo. Yo he hecho tiempo hablando con la recepcionista pero en realidad me dedicaba a mirarle por el rabillo del ojo y a comprobar que sigue pareciéndome el hombre más atractivo y sexy que hay en la faz de la tierra, sólo seguido muy de cerca por Mark Ruffalo. El pelo le ha crecido y las entradas ya no se le notan tanto. Y como siempre, lleva una camiseta preciosa. Yo he continuado poniéndome al día con Sonia, “qué tal todo”, “mucho trabajo, ¿no?” pero las ondas sonoras transportaban empecinadamente el timbre de su risa a mi tímpano, y su voz preciosa se ha convertido en la única melodía que quería oír, aunque él estuviera hablando de algo muy incomprensible relacionado con dispositivos electromagnéticos y nanochips.
Ya en la sala de reuniones, me ha dado los dos besos de rigor con su mano en mi cintura y he comprobado que huele tan bien como siempre. Sus ojos brillaban y no paraba de sonreír; parecía de buen humor y su risa, siempre contagiosa, me ha dado más vidilla que un redoxón complex.
––¿Qué tal por Madrid?––me ha preguntado. Una vez más por casualidades de la vida nuestros caminos quedaban parcialmente conectados, ya que un buen amigo suyo también estaba invitado a la boda a la que fui hace poco ––“David se lo pasó muy bien”.
––Sí, fue muy chula –. No le conté lo bien que me lo pasé yo la noche anterior en el Costello Club, y en concreto con el único madrileño del local que no parecía salido de un fotoblog de los de "esta peñita sí que mola mazo". Ni tampoco las dificultades que tuve para disimular las ojeras en la boda. –Aunque parecía el mundo de los tópicos al revés, porque los fashionetis estirados eran los madrileños, y los de Barcelona íbamos más puestos y nos reíamos más.
Me ha pasado un proyecto bastante interesante. Hemos establecido un plan de trabajo continuo; una vez más se convierte temporalmente en mi jefe. Parecía que, una vez explicado de qué va el trabajo, nos sobrara el tiempo (cuando en realidad es al revés y vamos tan pillados que me va a tocar trabajar el fin de semana una vez más). Pero eso parecía no importarnos a ninguno de los dos y hemos seguido hablando de todo un poco, estirando el momento de dar por concluida la visita.
De vuelta en el autobús correcto, he llamado a Marta, que está con gripe en la cama, para hablarle de mi tema favorito: “¿Existe alguna esperanza entre Mila y el señor Maravillas?”. Marta, que no pierde el sentido común ni con fiebre, me ha vuelto a recordar que doy un poquito de lástima con esta letanía y le he dicho que es verdad pero que me importa un carajo y que para eso están las amigas, para aguantar la brasa de las colegas obsesionadas con un amor imposible.
––¿Sabes que me gustaría, Mila? –me ha dicho entonces– Que dejes de analizar cada gesto, palabra o tic nervioso del chico ese tratando de encontrar alguna señal de que le gustas y te lanzaras de una puñetera vez. Que le dijeras “Tío, estoy perdidamente enamorada de ti” (bueno, ella ha dicho “berdidamende eddamorada de ti” por los mocos).
––Sí, claro. Lo que no te iba a gustar tanto es recoger mis trocitos desparramados por el suelo cuando me contestara “Bueno, ejem, eres estupenda, me siento muy halagado, pero yo tengo una relación y quiero a mi novia, ¿te acuerdas?”.
––Eso no lo sabrás hasta que se lo digas.
Como he deducido que Marta estaba un poco cansada de mi tontería supina, he cambiado de tema, no sin antes prometerle que esta noche le llevaré un caldito a su casa. Y ya aquí en mi despacho, imagino por un momento que estoy en aquella sala y que le digo a Mr. Wonders “Tío, estoy perdidamente enamorada de ti” y que él, tras la sorpresa inicial, se acerca a mi y, rebosantes de pasión, le damos un nuevo uso a la mesa de reuniones.

lunes, octubre 22, 2007

CARTA A NOELIA

El volumen de trabajo, mi empedernida manía de ser multitarea y, por qué negarlo, el desánimo, han hecho que vuelva a tener el manual descuidadísimo. He decidido reciclar (para ser ecológica) una carta que le envié hace tres días a mi querida amiga Noelia, compañera de periplos veraniegos, ya que allí la pongo al día de mis desventuras. Así que ahí va la Carta a Noelia, aunque parezca el título de una canción de Nino Bravo.


Hola mi niña,
Aprovechando que taladro el teclado a la velocidad de la luz, he decidido recuperar el bello y perdido hábito de escribir cartas. El género epistolar se pierde en favor del frío pero práctico mail, y esto no es un lamento del tempus fugit, sino más bien una constatación absurda. El caso es que como últimamente casi no hemos hablado, y se me acumulan las cosas tanto que te daría pereza leer un mail más largo que la lista de añadidos a la causa “No a la tortura animal”, he decido enviarte una carta.


No nos vemos desde agosto y no sé ni por dónde empezar. Nuestro verano ha sido tan raro… tan loco… tan diferente a como lo planeamos… Primero tú con ese jardinero guapo e infiel. Poco después de que sucumbiera a tus encantos, desapareció de la faz de la tierra, lo que me hace suponer que era un coleccionista de muescas tan experimentado como tú. Sé que no te importó lo más mínimo, y eso que el jardinero estaba para parar hasta el AVE antes de que llegue a la Sagrada Familia (lo cual sería una pena, porque entonces se truncarían mis esperanzas de que el templo desaparezca de una vez del mapa); y sé que te dejó más tocada tu otro ligue estival, el americano de cara angelical y cuerpo moldeado a base de Smacks de Kellog’s del que tanto te reías y por el cual tanto lloraste después. ¿Váis a veros? ¿Seguís escribiéndoos? La verdad es que el chico era una monada; tan atento, tan sensible, taaaaaaaaaaaan yogurín. Qué querencia le tienes a las tierras lejanas, oye. ¿No será una estrategia para no tener que plantearte nada en serio? ¿O es que estás hasta las narices de los madrileños? Como últimamente te tropezabas con algunos especímenes candidatos a ser víctimas del vudú más salvaje, me da por pensar que igual deberías dejar ya esas tierras y volver conmigo, con nosotros; volver a Barcelona y volver a ser mi confidente en vivo y en directo. Y eso que hace ya un porrón de años que te fuiste. Pero a saber qué estará rondándote por esa cabecita…


Te debes preguntar que está pasando por aquí, después de que Marc y yo tuviéramos aquella “charla”. Si nos vemos, si nos acostamos o si al menos nos hablamos. Debo decirte que sí a todo, pero es como si todo fuera de mentira, como si lo que tenemos ahora no fuera más que un pasatiempo que sabemos que tiene fecha de caducidad. No proyectamos ningún futuro, porque no lo hay, porque en el fondo somos muy diferentes y yo no me emociono con él, ni él conmigo.


El inicio del fin lo conoces. Yo no tenía intención de explicarle nada de este verano; porque supongo que ese era el acuerdo tácito; porque no éramos pareja, sólo dos que a veces son uno. Y cuando te dije en aquella terraza “me mola el camarero”, no imaginaba que en el fondo estaba diciendo “no sé si aún me mola Marc”. “Dile algo”–me contestate; considerabas que pedirle un mojito con la mejor de mis sonrisas no era suficiente. Él debió considerar lo mismo, y el resto ya lo sabes. Nos invitó un par de veces, coincidimos de día en la playa y me pidió que pinchara en su local un ratillo la noche del 9 de agosto. Yo estaba muerta de vergüenza, pero tú me diste coraje: “Si cada noche sólo hay cuatro colgados y nosotras; cualquier cosa será mejor que los putos Simon & Garfunkel con los que nos taladra el chiringo de al lado”. No fuiste directa a la autoestima, pero sí al sentido común.


Cuando Marc me preguntó a lo bruto si me había acostado con alguien este verano, vacilé. Vale que me lo preguntó después de hablarme de Anika, la estupenda y curvilínea checa que ama España, el pop y al candidato a novio serio que yo tenía allá por el mes de Agosto, pero aún así vacilé.

"Sí".
"Vaya, ¿tú también?"
Parecía decepcionado. Igual pensaba que eso del multiamor era un rasgo sólo masculino. Pero claro, no había lugar al desaire o a sentirse ofendido. Supongo que pudo más la curiosidad.
Le expliqué que no era nada importante. Sólo un camarero que me echó los trastos, noche tras noche, en el bar donde tú y yo solíamos empezar nuestras fiestas veraniegas. Que un día, de palique, me pidió que pinchara un ratillo. Que le dije que me daba corte, que sólo tenía los cedés que había cogido para amenizar el viaje en coche, que me dijo que daba igual, que me acompañó al apartamento a buscarlos, y que allí, sin yo esperarlo, me besó y que bueno, que el verano, que las hormonas, que…

Olvidé contarle que me parecía atractivísimo, divertido, encantandor, chisposo, ardiente; que su beso me transportó a la estratosfera, que el polvo que echamos fue antológico, que de hecho hubo tres polvos más y que durante esos 11 días desde que le conocí hasta que volvimos a toda castaña a la cruda realidad de mi nueva vida familiar no pensé mucho en él porque Nico, el camarero, ocupaba todo mi tiempo. No hizo falta. Supongo que la Anika ésa significó lo mismo para él. Es decir, la constatación de que no estábamos precisamente hechos el uno para el otro. Aún así nos cuesta separarnos. Parece como si, una vez aceptado que lo nuestro no va a ningún lado, la cosa sea menos “tensa”. Como si estuviéramos juntos porque estamos bien así, aun sabiendo que cualquier día aperecerá una nueva Anika, un nuevo Nico, y el juego se habrá acabado. De todos modos es raro: viene a casa, nos acostamos, dormimos juntos, pero no somos una pareja, ni hacemos demasiadas cosas juntos. Cada vez veo menos a sus amigos y él a los míos; hemos separado nuestras vidas totalmente. Somos algo así como un “rollo” estable en los ratos libres.

Tampoco voy a sus conciertos. Creo que él lo agradece, porque la adrenalina que le da el escenario, por muy cutre que éste sea, también la provoca saber que las chicas que hay mirando le están deseando, aunque sea sólo un poquito. La erótica del kilowatio, supongo. Una vez acabado el “bolo”, mezclado con la gente del local, puede pasearse a gusto y recibir las calurosas felicitaciones de sus fans por un día sin tener que comedirse por la presencia de “su chica”.


No sé si tiene más rollos. No hablamos nunca de eso. Yo desde luego no, pero porque me faltan las ganas y el tiempo. Como sabes, ahora mismo paso todo el tiempo libre que puedo con mi madre. Ella es lo único que me importa.


Cuando estoy muy agobiada, me acuerdo mucho de aquella noche, cuando el belga asincrónico trató de hacerse el encontradizo en la pista de baile. Del ataque de risa que nos dio, viéndolo desafiar la ley del ritmo y el tempo de esa forma. No daba ni una, oye. Y nosotras tratando de disimular (“pobrecito, no está bien que vea que nos reímos de él”) –me decías poniéndote de espaldas, y yo no podía dejar de mirarle y me mordía la lengua, y pensaba que tenías razón hasta que se nos planta delante y nos suelta en inglés “I use to fuck better than dance”. Increíble. Ahí sí que nos reímos con ganas, y resultó ser muy majo, pese a sus insistentes intentos de acostarse con alguna de nosotras aunque fuera por la táctica del desgaste. Cuando me acuerdo de aquello me río tanto, aunque esté sola en el metro, que la gente debe pensar que estoy loca; pero me da igual, porque creo que sí que he perdido algo de cordura y en el fondo ahora mismo todo me importa un carajo. Que últimamente no me río mucho y no estoy para desperdiciar carcajadas.


Bueno, nos vemos pronto. Qué pena que tú no estés invitada a la boda del día 3 (lógico por otro lado, teniendo en cuenta que no conoces a los novios de nada!), pero al menos estaremos juntas 4 días. A tope. Sácame a bailar y a ligar, niña, que necesito tener un poco de vida disoluta, un poco de cotidianeidad chusca. Bueno, podríamos ir a algún museo también, que hace tiempo que sólo veo Madrid de noche.
Nos vemos el 31. Mientras tanto sé buena, reserva fuerzas y cuídate ese cuerpo serrano.
Un beso enorme.

Mila
.

Pd. Se me ha olvidado contarte dos cosas, pero me duelen los dedos. Una, decirte que he empezado a tomar clases de batería (musical, no de Lo Mónaco). Ojalá no hubiera tardado 30 años en decidirme, me encanta. La otra, que voy a volver a hacer un trabajo para la empresa donde trabaja el señor Maravillas. Y que estoy nerviosa. Te cuento cuando nos veamos.

martes, septiembre 25, 2007

¿QUIERES REGAR MI CÉSPED?

Tras más de 1000 kilómetros de autopista y tres Red Bulls, Noelia y yo llegamos al apartamento gaditano que habíamos alquilado para pasar dos semanas de agosto. A las dos nos dio un acceso de risa histérica al comprobar que era más preciosista aún que en las fotos. Y que tenía un jardín con una manguera, un porche, dos tumbonas, una palmera, una buganvillia y un invitado, Leopoldo. A unos 10 minutos a pie y tres en coche teníamos la playa de Trafalgar y el chiringuito de las sardinas a la plancha con su chiringuitero piropero. A 40 km a la redonda, un montón de pueblos por descubrir. Y a dos palmos, en el césped, el hombre más sexy y guapo que ambas dos habíamos visto en nuestra vida.
Sé que suena a tópico, pero es verdad. Creo que los que regentan los apartamentos hicieron un cásting de jardineros. Si no, no me lo explico. El imberbe que seduce a Gabrielle Solís en Mujeres Desesperadas no le llegaba ni a la suela de los zapatos, ni aunque éstos fueran de Sonia Rykiel (hoy me permito frivolidades, que me he comprado el Vogue). Os juro que era espectacularmente guapo. Y con un cuerpo forjado a golpe de azada y lo que sea que usan los jardineros digno de un calendario ideal para colgar en Wad-Ras.

La cosa fue más o menos así: Noelia y yo salimos el primer día a desayunar al porche del jardín, cual marquesas de Sotomayor, cuando de pronto una voz nos llamó desde la verja del jardín.

–Hola. Vengo a cortar la hierba. ¿Se puede?
La voz (con acento gaditano) pertenecía a un cuerpo aún no identificado, ya que le tapaba el brezo que cubría la valla.

–Mierda, qué inoportuno–dijo Noelia mientras se dirigía a la puerta del jardín.
Y entonces, entró. Mi pequeña dosis de ego herido se consuela pensando que si hubiera acudido yo a abrir la puerta (y tuviera los preciosos ojos verdes de Noelia) quizás el jardinero hubiera reparado en mi antes, pero ella fue la que se topó de bruces con el Apolo de las katiuskas. La pobre tuvo que sobreponerse en segundos a la conmoción de encontrarse con un tipo semejante a las 10 de la mañana en el jardín, pero lo hizo magistralmente. Ni pestañeó, como si estuviera acostumbradísima a abrir la puerta un día cualquiera y encontrarse al mismísimo Príncipe Felipe (que conste que somos republicanas, ya que está de moda pronunciarse estos días) o a Jacob Dylan, por poner dos ejemplos inconcebibles. A mi, sin embargo, la mandíbula me llegó al césped cuando miré hacia la puerta.
La muy bicho de Noelia, parapetada por las anchas espaldas de la APARICIÓN, me iba haciendo caras de incredulidad, aguantándose la risa, señalándole el culo, y yo sí que tuve que esforzarme en disimular.
Pensé que igual se trataba de una broma de bienvenida, algo así como un modelo contratado para amenizar la entrada del huésped, pero el mozo se dirigió como si nada al enchufe y procedió a darle a la cortacésped.
Sobrepuestas más mal que bien a la conmoción y el estupor, Noelia me agarró del brazo y me arrastró dentro del apartamento.

–No me lo puedo creer. ¿¡¡¡Pero tú has visto eso!!!? ¡Estas vacaciones sí que empiezan bien!
–Calla, loca que te va oir. ¿No será un gigoló a domicilio o algo así?
–¡No seas burra! Que no somos unas solteronas cincuentonas ni esto es Marbella. ¡Por Dios, voy a decirle algo, lo que sea, a darle palique!
–Vale, pero desabróchate un botón de la camisola ésa que llevas.
Y así mi querida Noelia comenzó una ardua pero concienzuda labor de seducción muy bien urdida y aún mejor llevada. Que si recomiéndanos una playa, un garito, un restaurante…

“Una postura” –pensé yo mientras le veía ir de aquí para allá, intentando todo dientes y sonrisa hacerse oír por encima de la cortacésped.

Se fue echándole un piropillo a Noe y recordándonos que el viernes volvería. Yo me despedí con un gesto de mano blando, sabedora que la batalla estaba perdida de antemano al ver que el macizorro no reparaba en mí ni un segundo.

–El viernes vuelve.
–Igual quiere comprobar si tus tetas hablan. Como no ha parado de mirarlas…
–Uy, uy, uy… estás celosa–pero me lo dijo riendo. Ella sabe que no.
–Es la primera vez que coincidimos en gustos con un tipo. Pero claro, éste no cuenta, porque es perfecto.

–La segunda–me corrigió ella. –¿Te acuerdas del recoge-vasos?

Y me reí al acordarme cómo noche tras noche, en mi visita hace ya años a Madrid, repetíamos en la sala Sol para deleitarnos con la visión de uno de los recoge-vasos del local.

–Bueno, cuando te lo beneficies, quiero luego los detalles–continué–. Pero tendrá que ser de día; te recuerdo que compartimos habitación.
–Bah, ¿de verdad crees que puedo ligarme a un tío así? Ha sido simpático porque somos las inquilinas de sus jefes…

–Vale, ya me lo dirás. Verano, playita, calor, hormonas disparadas... –Entré a buscar la bolsa de playa–. Pero quiero los detalles–repetí.
Efectivamente, aquel viernes, seis días después de nuestra llegada, Noelia comprobó que el jardinero infiel (estaba casado) usaba bien su cuerpo entrenado bajo el sol. Yo mientras tanto, disfrutaba en la playa de una brisa atípica y de los intentos enternecedores de un belga asincrónico por quedar conmigo aquella noche. Pero eso es otra historia. Hasta entonces, el único que pisó nuestro césped fue Leopoldo. Si os fijáis bien lo podréis ver en la foto.

viernes, septiembre 14, 2007

LOS GUIONES DE LA VIDA

Este blog nació con pocas pretensiones. Más bien con banales pretensiones. Las de hacer extensible mis conflictos y culebrones particulares con el sexo opuesto a un público cibernáutico libre de opinar(me), flagelar(me) y orientar(me). La de conseguir entender un poquito mejor los múltiples desencuentros que se dan en el mundo del amor, los sentimientos, los rollos, el sexo y demás oh-yeahs, como dirían Antònia Font.

Pero el guión de la vida no lo escriben los de Globomedia, así que de vez en cuando el guión se tuerce inesperadamente y aparecen nuevas escenas, esas sí que ni banales ni superficiales ni apabullantemente memas, sino jodidamente reales.
Uno de esos bruscos giros de guión se produjo con la muerte de un buen amigo en julio pasado. Y a finales de agosto, el giro de guión me ha tocado aún más directamente, pues a mi madre se le ha diagnosticado una enfermedad irreversible.
Cuando ocurre algo así, sientes que no tiene ningún sentido hablar de tonterías, preocuparte por los chicos que pasan por tu cama y por tu vida. Tu atención, tus energías, tus ganas están en otra parte; se han quedado enterrados en alguna playa gaditana. De ahí mi mutismo: los dedos pesan y lo único que apetece es teclear onomatopeyas de autocompasión, rabia o infinita tristeza.

Sin embargo pasan las semanas y el guión sigue, y tú tienes que seguir aprendiéndote tus diálogos hasta el punto en que te apetece ir al plató para sentir que no todo es una mierda, que hay una vida de culebrón que consigue hacerte olvidar o al menos esconder la angustia latente. Los niveles bioquímicos que nos conforman despliegan sus estrategias de supervivencia para conseguir salir adelante, para conseguir seguir viviendo con intensidad, y lo hacen de formas muy diversas: unas risas con tus amigos delante de una caña, una dosis de humor negro, un bailoteo desaforado una noche de sábado anodina, un chico con piercing que te mira desde el fondo del vagón del metro. Pequeñas cosas que siguen ocurriendo y que ayudan a dar sentido a las horas. Esas pequeñas-grandes cosas que, en realidad, forman una parte indispensable del guión.
Darme cuenta de eso me hizo cambiar de opinión. Si durante unos días creí que el Manual ya no tenía sentido, ahora creo que lo tiene más que nunca. Porque me conecta con la banalidad y la superficialidad más adorable, la que a día de hoy consigue que desenchufe la pena infinita. Porque me permite sentirme si no bien, sí mejor. Por eso el Manual va a seguir como siempre sin pretensiones haciéndoos partícipes de mis fracasos con los hombres en particular, porque con la vida en general me temo que todos fracasamos inevitablemente en algún que otro momento.
No os preocupéis. Mila está bien, agradecida, luchadora y con ganas de contaros qué ha pasado con el Jardinero Infiel, el belga autista, el gaditano soñador y tantas otras historias tontitas anteriores y también posteriores al giro de guión. De contaros, en definitiva, aquellas pequeñas trivialidades que tanta falta hacen para sentir que, pese a todo, estamos vivos.
Así que atentos a sus pantallas, mis amad@s pepitos grillos.

jueves, agosto 02, 2007

CHECKED!

Crema solar: checked.
Uñas de los pies pintadas: checked
Libros (incluido el último de Vila Matas): checked
Listado de los restaurantes, bares, chill-outs, jaimas y discos de la costa gaditana: checked.
Bikini, trikini y hasta polikini: checked.
I-pod, cd's para el coche: checked.
Condones:... ¡uy!

El burbujilla camino de Austria. Yo, camino de Cádiz con Noelia, mi guapísima amiga soltera y residente en Madrid.Y mi condición sentimental, ¿cul es? Marc y yo nos pasamos mucho tiempo juntos, pero tampoco hemos "hablado" de lo que somos. Sí, ya sé que no hace falta ir comentando este tipo de cosas como cuando teníamos 16 años, pero es que… entre nosotr@s; no lo veo mucho por la labor. Tiene un fondo de espíritu libre… muy en la superficie. Ayer, horas antes de que se subiera a la furgo que le lleva con el resto de los burbujas por centro Europa no hubo frases hechas de ésas tipo "¿Pensarás en mi?" o "Cuidado con los moscones" o algo por el estilo. Cualquiera diría que en vez de dedicarse al chiclepop fuera una estrella de rock...
La cuestión, entonces, es que si por una de esas cosas que tienen el verano y las hormonas, se me presenta una escena tipo principio de Grease, no sé muy bien cómo reaccionaré. ¿Me puedo permitir un "paréntesis"? ¿Debo mantener la cabeza fría?
Y por otro lado, tampoco tengo ni la más remota idea de qué haría él en circunstancias parecidas. ¡Qué relación más rara!
Bueno, de momento sólo sé que mañana me voy con una de mis mejores amigas al paraíso del sol, el pescadito frito y los hombres surferos. Mmmm.
A ver si entre mojito y mojito puedo contaros algo más.
¡Felices vacaciones!

lunes, julio 16, 2007

ADIÓS

Sil, sé fuerte, recupérate, vive.
Aún no sé cómo procesar que ya no volveré a abrazarte, Pep.
Mi osito.

Un vacío más grande que toda tu envergadura es lo que queda.

martes, julio 03, 2007

SUPERPOP

Marc es superpop. Pop por un tubo. Ye-ye. Llevo ya dos conciertos (bolos, dice él) y me he esforzado; he tratado de dejar que las letras y la música me invadan; he intentado que la esencia de Los Burbujas me traspase, pero lo único que han conseguido arrancarme es un movimiento de cabeza de un lado al otro como el del perrito que tenía mi padre en el salpicadero del Seat 127 y me siento muy monga. Entonces, inevitablemente, viene la pregunta:

–¿Qué te ha parecido?
Y yo le digo
–Bien, muy bien. Tocáis muy bien. Sobre todo tú añado–, y le beso para evitar que haga más preguntas.
La verdad es que los bubles tocan bien. Son buenos, supongo. Pero echo de menos un poco de adrenalina, de buen rollo; alguna corriente eléctrica que me haga chisporrotear un poco. Todo es lánguido o pastel, "el reflejo que no era yo; el que tú veías cuando aún nos quedaban tardes de verano" ... y ese tipo de cosas.
En fin, que salgo con un chico estupendo y con un gusto musical muy diferente al mío. Pero como la intención no es formar un grupo, no debería preocuparme... demasiado. Aún así vamos a ir juntos al Summercase, porque ahí sí que hemos encontrado algunos lugares comunes... contaditos con los dedos de una mano.
Por lo demás, nos va bastante bien. Genial, guay. Fluido. Sin altibajos. Aburrido no, qué va. Quizás predecible... Supongo que eso está bien. No debería preguntarme tanto por qué tengo la sensación de que no es el hombre de mi vida. Como decía un viejo amigo, si está en tu vida, es el hombre de tu vida.
Y eso es una verdad como una casa.


lunes, junio 18, 2007

¿QUIÉN DIJO NOVIO?


–Llevas dos findes desaparecida.
Marta me escupió la frase ayer domingo. Fue justo al bajar del avión y en el preciso instante en el que daba vida a mi móvil después de su merecido descanso de dos días en el cajón de una cómoda.
–Marta, mi niña, es que acabo de aterrizar....
–De caer de la parra, querrás decir...
–No, estoy en el Prat. He pasado el fin de semana en Menorca...
–¡No me jodas!
–... con Marc.
No sé por qué bajé la voz, él estaba en el lavabo y yo junto a la cinta transportadora de los equipajes del vuelo VLG 1141 MAH.
–Eres una... (y aquí colocó una ristra de lindezas irreproducibles). ¿Cómo lo haces? ¿De dónde sacas la pasta?
–De la hipoteca, la moto y la presión de agua que no tengo. Así me va, que luego como pasta seca del DIA todo el mes...
–Oye, este Marc te está monopolizando.
–Sus amigos pueden pensar lo mismo de mí...
–Mila, no me asustes... ¿sois... "novios"?
Y dijo "novios" con la misma entonación con la que hubiera dicho "leprosos".
–Cojo un taxi y en 20 minutos estoy en tu casa. Tengo que hablar contigo.
Y colgué.
No sé si he comentado alguna vez por ahí que Marc vive con sus padres... Después de casi dos semanas sin apenas aparecer, quería volver a su reducto y mostrarles que sigue vivo. Compartimos taxi, le dejé en la puerta de la casa de sus progenitores y casi le grito ¡arranque! al taxista cuando comprobé horrorizada que una señora (¡su madre!) le esperaba saludándole desde el balcón.
Marta me recibió con una cervecita y un "so pécora, qué morena estás". En su terracita la puse al día con tanta intensidad que creo que a ella le costaba seguirme.
–Esto va demasiado rápido–fue su veredicto.
Y supe que tenía razón.
Traté de exponer con orden la teoría del "arrebato consciente", y me la contrarrestó con la del "pinchazo previsible"; le recordé los casos comunes que conocíamos de parejas hechas de un día para el otro y que funcionaban perfectamente; ella se encargó de enumerarme las muchas más que no; le expliqué cuánto congeniábamos y ella me descolocó metiendo el dedo en mi heridita particular:
–Muy bien, y en todos estos días de Pin y Pon edulcorados ¿cuántas veces te has acordado del señor Maravillas? Si me dices que ninguna, te doy mi bendición.
–Pues unas novecientas... Pero no soy un robot, quiero decir que es normal que después del chute de mi cumple, aún piense en él... Ya se me pasará.
–¿Estás enamorada de Marc?
–Define enamorada...
–Sí, guapa, a estas alturas te lo voy a definir. Como si no lo supieras. Como si no te hubiera oído desde hace más de un año decir tonterías del tipo (y puso voz aflautada) "es el hombre de mi vida, te lo juro Marta, es verlo y me sube un no-sé-qué-qué-sé-yo..." con cara de pequeño pony...
–Bueno, deja a Mr.Wonders en paz. Ya va siendo hora que se me pase la tontería. Igual incluso mi agilipollamiento es porque no puedo tenerle... vete tú a saber... no quiero más psicoanálisis del todo a cien. Estoy bien con Marc. Feliz. Ya me he dado muchas hostias. Y vale, no oigo pajarillos pero que le den por saco a los pajarillos y a las películas de Jennifer Aniston y a toda esa basura. Si mi príncipe azul destiñe, me lo busco de color verde.
–En ese caso, bienvenido Marc a tu vida... y espero que también a la de tus colegas.
–Desde luego.
Y brindamos con esas cervezas y con las que vinieron después.
Eran casi las dos de la mañana cuando volvía a mi piso. Marta insistió para que me quedara a dormir en su casa, pero me apetecía dormir sola en mi cama. Sobre todo si, como apunta la tendencia de las últimas dos semanas, eso va a convertirse en algo excepcional.




miércoles, mayo 23, 2007

PRINCESA SIN PRÍNCIPE

Han pasado varios días, pero el recuerdo de su mano grande y morena acariciando suavemente mi mejilla a modo de despedida aún me provoca escalofríos. Estábamos los dos junto a la puerta y la multitud gritona y apelotonada parecía no existir. “Gracias por venir”, le dije yo mientras pensaba “no quiero que te vayas”. Entonces él me acarició de esa manera y se despidió. “Adiós princesa”.

Pero eso fue muy tarde, y antes habían pasado tantas cosas…
La gente se lo estaba pasando bien. No es de extrañar, porque había litros de vino y de cerveza y muchísimas ganas de juerga. La cena iba saliendo escalonadamente; tanto que aún no habíamos terminado y el local ya se estaba llenando de gente ajena a la fiesta. Yo estaba emocionadísima poniendo (con algún que otro fallo técnico bochornoso) la música que me hace bailar a mi y, por extensión, a mis amig@s del alma. No les debió parecer mal a los extraños, porque también bailaban e incluso una guiri rubia, guapa y sonriente vino a agradecerme la selección. El caso es que me sentía feliz, relajada y ligeramente etílica.
Cuando la mirada del dj del local me dijo “estoy a punto de ir a la cocina a buscar el cuchillo del jamón” decidí dejar de jugar a soy dj y reunirme con mi troupe. Marc el burbuja, con el que había intercambiado saludos y un poco de tontería al llegar se me acercó más de lo normal y me dijo con una preciosa sonrisa que hubiera preferido algo más de pop pero que le había gustado mi “actuación”. Saltaba a la legua que mentía pero no me importó lo más mínimo. Se me antojó guapísimo en las distancias cortas y constantemente tenía que reprimir el impulso de pasar mi mano por su pseudo-afro cabellera, que ejercía una atracción indescriptible sobre mí.
Pero como yo era la princesa por un día de la fiesta tuve que ir interpretando mi monárquico papel entre todos los invitados cual Isabel Preysler en casa del embajador, con lo que nuestras conversaciones estaban siendo tan surrealistas y entrecortadas como proporcionalmente sugerentes. Estaba casi segura de que teníamos muchas probabilidades de acabar liados esa noche.
–El burbuja te pega mogollón –me dijo una Marta feliz y borracha.
–Es mono, ¿eh? (qué queréis que os diga, las conversaciones de niñas, o al menos las de Marta y la menda, suelen ser así).
Y las dos lo miramos como si estuviéramos examinando un vestido de Miguel Palacio, con la cabeza ladeada y cara de tontas.
La noche avanzaba y Marc estaba increíble. Divertido, chisposo, cariñoso y encantador. Además llevaba él toda la iniciativa, lo cual para mí suponía un alivio y una experiencia nueva y relajante: se acercaba y me traía vino, me guiñaba el ojo cuando nuestras miradas se cruzaban, me decía lindezas cuando pasaba a mi lado para ir al lavabo…
–Está en el bote – me soltó Marta cuando le oyó decir “hoy estás guapísima”.
–Mientras no me venga con una excusa de última hora
–¿Tipo Mario?
–Tipo “los-frikis-con-los-que-últimamente-se topa-Mila”
–O sea, tipo Mario.
Pues sí, tipo Mario.
Cuando Marc en uno de sus acercamientos puso sin venir a cuento su mano en mi cintura para hablarme y ya no la sacó, ví claro que a este chico no le rondaban por la cabeza muchas dudas existenciales acerca de la comunión perfecta hombre-mujer. Y allí estábamos los dos, hablando de tonterías con su mano en mi cintura y su boca rozándome casi el oído al acercarse para hablar cuando de pronto lo ví entrar. Solo, despistado, tratando de avanzar entre la gente. Me quedé helada, como en standby. Era él, el señor Maravillas. Murmuré una disculpa rápida a Marc y fui hacia él. En ese instante me vio. Se dirigió hacia mí con su preciosa sonrisa y ese aire de no encajar en ningún sitio y nos encontramos en un punto medio, entre un inglés borracho y enorme y un grupo de chicas que bailaban en corro.
–Has venido…
–Felicidades
Nos dimos dos besos.
–Estás muy guapa –me dijo. Y yo me derretí un poquito.
Miré rápidamente alrededor
–¿Has venido solo?
–Estoy con unos amigos aquí cerca y he pasado a saludarte. Bueno, y a darte esto.
Era una selección de cedés de Nina Simone. Hacía tiempo, en una de aquellas tardes en que nos lo pasamos tan bien hablando de la vida, cuando aún creía que el hombre de mi vida podría serlo de verdad, los dos habíamos comentado que era muy graciosa la escena en que Julie Delpy imita a la maravillosa Nina Simone delante de Ethan Hawke en “Before sunset". Me entraron ganas de arrebatarle la mesa de mezclas al señor dj “mira que funky soy” y poner a todo volumen “Feeling good”.

Nos fuimos apartando poco a poco del inglés borracho y nos quedamos junto a la pared. Le invité a una copa. Brindamos por mí, por la Velvet Underground, por Johnny Cash y por Nina. Pasado el corte inicial nos sumergimos en una de nuestras conversaciones interminables. Los colegas que se iban yendo nos interrumpían para despedirse, pero él seguía allí. Había momentos en los que perdía el hilo de lo que me estaba diciendo; sólo oía los latidos de mi corazón. De vez en cuando se nos acababan las frases y nos quedábamos callados, mirándonos y sonriendo como un par de idiotas. En uno de esos momentos pasó Marc por allí, puso su mano en mi cintura, me cogió la cerveza, le dio un trago, me guiñó el ojo y se fue. Creo que me puse un poco roja. El señor Maravillas lo miró de reojo pero no pareció sorprendido. No preguntó. Yo tampoco dije nada.
Al cabo de un rato la carroza comenzó a convertirse otra vez en calabaza.
–Tengo que irme –me dijo.
Le acompañé a la puerta.
–Gracias por venir.
Y entonces vino lo de la mano, y el “Adiós princesa”. Nos dimos dos besos y mi mano se entretuvo más de lo necesario en su nuca.
Al día siguiente me desperté en mi cama y con Marc a mi lado. Fue divertido. Marc me gusta mucho. Pero me sentía rara. Como si le estuviera siendo infiel a alguien.
Quizás a mi misma.

miércoles, mayo 16, 2007

LA CUENTA ATRÁS

Hoy cumplo 30 años. Algunos y algunas ya sabéis que no llevo muy bien el tema del paso del tiempo, aunque siempre es mucho mejor cumplirlos que no cumplirlos. Lo de cambiar de década ya es demoledor. A veces me imagino que si muriera en un accidente de tráfico, en el telediario dirían que falleció "una mujer de 30 años" y no una chica de 30 años. Entonces me miro los pies, me veo las Converse y el bajo del tejano, y no entiendo la relación biológico-perceptiva del concepto "edad". Por otro lado, tampoco me apetece padecer el síndrome de Peter Pan for ever, pero es que me siento más joven. Adolezco de inmadurez.
¿Cómo celebrar el cambio de dígitos? Pues he montado una fiesta con mis amigos y amigas del alma para el sábado. Va a haber buen rollo, alcohol y música, que ahora mismo son mis intereses más inmediatos. De hecho, haré mis pinitos como dj gracias a un acuerdo con la gente del local, aún a riesgo que los susodichos amigos/as del alma dejen de serlo. Mi otro interés, los hombres, ha pasado a un segundo plano, aunque espero que la apatía me dure sólo unos días.
Recuerdo con nostalgia mis veranos de adolescencia en el pueblo de mi padre. Allí conocí a una chica de mi edad y durante un tiempo fuimos amigas. Luego la distancia hizo bien su trabajo y perdimos el contacto. Ella vivía allí y su realidad era extremadamente diferente a la mía. Cuando tenía 18 años su novio la dejó. En su desconsuelo, pronunció una frase que se me quedó grabada: "¿Y qué voy a hacer ahora con 18 años
y sin novio?". Se sintió condenada. Yo le contesté algo así como "vivir la vida" pero no pareció entusiasmarle la idea. Al poco tiempo se casó con otro chico de por allí.
Estos días, cuando la fecha crítica se iba acercando, me ha asaltado recurrentemente el pensamiento de "con 30 y sin novio" pero tras un exhaustivo repaso de mi lista de novios "oficiales" (y alguno me duró bastantes años, no creáis) la conclusión aplastante ha sido que me siento infinitamente satisfecha con mi estado actual. Así que a la pregunta "¿Y qué voy a hacer ahora con 30 años y sin novio?" me contesté: "Una fiesta de las que no se olvidan".
Me puse manos a la obra y ya está todo más o menos preparado. He invitado a muchos amigos que hace tiempo que no veo, porque me apetece estar rodeada de gente que aprecio. También a Marc el bajista y al resto de burbujas. Y ahora viene lo bueno: se lo he dicho al señor Maravillas. Me he arrepentido al instante: existen muchas posibilidades de que se presente con su partenaire. Sé que es un riesgo que corro, pero ahora ya no hay marcha atrás. Fue en un pronto de ésos que tan a huevo pone la opción "send". Antes, cuando había que marcar siete números en un teléfono (¡y en mi casa el aparato era de disco!) había más opciones de replantearse los ramalazos. Pero la tecnología moderna es demasiado veloz. (¿Lo véis? Ya hablo como una abuela). En fin, el único consuelo que me queda es que si viene con su novia se me presenta una ocasión estupenda para sacármelo de una vez de la cabeza. Década nueva, sentimientos nuevos.
Mientras tanto, hay que tomárselo de otra manera. Sonreír a la vida.
Y como podéis apreciar en la foto, ¡lo intento!



jueves, mayo 03, 2007

LAS ACERAS DE NUEVA YORK (Y SUS CACAS DE PERRO)

Ya he vuelto al mundo virtual después del aluvión de trabajo postvacacional y una infección de riñón. Cuando me agobia el estrés, cierro los ojos y recuerdo con nostalgia las aceras de Nueva York y a Sam y se me pasa el cabreo… lo justito.
No voy a contaros cómo es Nueva York, entre otras cosas porque es tan grande y hay tanto de todo que cada persona contaría cómo es su Nueva York. Por eso he decidido hacer un par de listas. Ahí va la primera.

5 RAZONES POR LAS QUE VIVIRÍA (UNA TEMPORADA) EN NY
- 1ª (y a años luz de las demás): es el paraíso musical.
En una semana fui a dos conciertos de dos de mis grupos favoritos (Placebo y Kaisyer Chiefs) en una sala de dimensiones aceptables, además de asistir a una sesión de 4 bandas en directo en un garito rockero a cuál mejor (sobre todo unos que tendrán que cambiar el nombre - Bonbond- y el look del bajista si quieren triunfar). Y eso que éramos cuatro gatos aplaudiendo. Allí el más tonto sabe tocar bien la guitarra. El sonido de los locales es exquisito. Las tiendas de instrumentos son enooooormes y están llenas de chicos guapos e interesantes que babean mirando las fenders (huelga decir que yo babeaba mirándolos a ellos). De verdad que si os gusta la música, allí vives en perpetuo estado de excitación musical.










Qué bien se lo pasaron los Kaiser tocando

- 2º: Allí está Sam. Que es un americano que conocí en el concierto de los Kaiser Chiefs con patillas y ojos verdes y aspecto desaliñado que sabe mucho de música y de decir piropos bonitos y que huele a zumo de limón. Y que vendrá a Barcelona algún día (o eso promise me)


- 3º Existen tiendas de segunda mano (o vintage, como dicen las revistas petardas) con cosas chulas y BARATAS (p.ej Beacon’s closet, en Brooklyn). No como en Barcelona, donde además de no valer gran cosa te cobran como si estuvieras comprando en Chanel. Imaginad la ropa de los 60 y 70 de la gente de Nueva York, ésa que hemos visto en mil anuncios, revistas, documentales y revistas.. Pues eso.
Y para muestra un botón de todo lo que compré (y eso sin contar las revistas, los cds, la ropa interior, las coockies de chocolate…).

- 4º El MOMA. Sería feliz si supiera que siempre que me apetece puedo ir a echarle un vistazo a Las señoritas de Avinyó.

- 5º Las tiendas siempre están abiertas. Incluso los supers. A mi horario desquiciado le iría de perlas.





Pero también hay muchas cosas de esa ciudad que pudieron conmigo:


5 RAZONES POR LAS QUE NO VIVIRÍA (UNA TEMPORADA) EN NY
- 1º (y a años luz de las demás): ¿Por qué los americanos te dan órdenes a gritos? ¿Por qué parece que estés constantemente haciendo la mili? Y no hablo sólo del aeropuerto donde of course a grito pelao te hacen ponerte en la cola, esperar tu turno, volver a pasar… Ni tampoco hablo de salir del ascensor del Top of de Rock (la torre del Rockefeller Center) y que la señorita “vehiculadora” te grite que no te quedes ahí, que vayas allá, que te pongas así… Lo más fuerte fue esperar en la cola del lavabo del Roseland, la sala de conciertos que os comentaba, y tener la sensación de estar en Guantánamo: “Ladys, against the wall. Ladys, hold the line, Ladys three more!” nos vociferaba un señor negro enorme y con uniforme (¿será que lo del uniforme les confiere automáticamente una sensación de autoridad que debe ser manifestada a gritos?). Y ya dentro del lavabo, una señora nos iba pasando a ritmo vertiginoso papel de wáter e insistía “Quickly, ladys, quickly”. Yo estaba horrorizada; cuánta tensión para un simple pis.

-2º. Hay demasiado de todo. No es que abogue por el sistema comunista, qué va, lo que pasa es que cada vez que entras en algún establecimiento SEA DE LO QUE SEA te entra una ansiedad ante tantas posibilidades que a veces acabas por no comprar nada. Cada mañana desayunaba en una bonita cafetería de la 2º con la 84 Este. Pues bien, resolví pedir siempre un cruasán porque era incapaz de decidirme entre tantos pies, tantos plumcakes y mil cosas más con nombre rarísimo y aspecto delicioso. Además, nadie parece dudar nunca, por lo que si te pones a mirar y a emitir sonidos como “Mmm”, o “one second…” te miran un poquito mal.

- 3º. Abercrombie & Fitch: El infierno hecho tienda. Tuve que entrar a comprarle unos pantalones a mi hermano y casi salgo en coma. La música está aún más alta que en cualquier discoteca, con lo que debes gritarle (otra vez los gritos) al dependiente mucho y aún así le cuesta oírte. Está oscuro y confuso y hay tíos y tías semidesnudos (eso no tendría que ser un problema, ya lo sé, pero cuando ves a cinco adolescentes acnéicas haciéndose fotos con un musculitos de pecho depilado todo te parece muy patético). El dependiente (chileno) me dijo que además la música era siempre la misma en un bucle sin fin y eso ya me pareció el colofón del averno.

- 4º. Si no eres rico, no creo que se pueda vivir dignamente. Y eso va sobre todo por los alquileres, porque lo que es salir y comer, pues como en Barcelona, más o menos (menos las cervezas, que son más caras). Por cierto, que en un bar me pidieron el passport, qué alegrón. Bueno, a lo que iba, mi hospitalario amigo Nick (un americano guapísimo, culto y homosexual para pena de las mujeres-Carrie Bratshow de piernas maquilladas que coqueteaban con él por doquier) se deja ¾ partes de su sueldo bastante bueno en un cuchitril de Manhattan. Tremendo. Digo yo que por aquí vamos por el mismo camino, pero al menos mi piso tiene dos habitaciones, by the moment.

-5º La gente está sola. En la misma cafetería que os comentaba más arriba la gente desayunaba tecleando en su portátil o hablando por el móvil pero siempre iban solos y se iban solos. Supongo que por eso hay tantos perros y tanta industria canina (y esto es verídico): líneas de ropa para perros en las tiendas más conocidas y también en las más fashion, psiquiatras para perros y gimnasio para ídems. Y claro, cacas de perro. Alucinante.

- 6º (de regalo). Delta Airlines, la compañía que te deja en tierra por overbooking, que no tiene hotel para alojarte (como si en NY no hubiera hoteles), que si te lo dan es para sacársete de encima (una familia llegó a uno derivados desde Delta y resultó que estaba completo; yo decidí volver a casa de Nick one more night) y que te hace esperar una media de 3 horas después de haberte notificado sin demasiada amabilidad que I’m afraid the flight is complet. Aunque hayas llegado 4 horas antes y hayas re-confirmado tu reserva 48 horas antes.

Hay muchísimas más anécdotas de NY: la mujer más fashion resultó ser de Igualada (localidad sita en el corazón de Catalunya), los púberes judíos ortodoxos con todo el kit de ortodoxidad encima tocando la guitarra eléctrica en una tienda, la mujer con rulos que como si nada entró en el metro, el taxista sij que me pidió en matrimonio, las ostras del Atlántico riquísimas del Pastís (mucho más ricas que las del Pacífico). No vi a ningún famoso, (ni a Mark Ruffalo, snif), aunque en Central Park me pareció ver a Scritch, el de salvados por la campana… Pero para explicar anécdotas de Nueva York ya está Silvia, que además de verlas tiene que vivirlas a diario.
Así que no os mareo más.

miércoles, abril 04, 2007

A-FICCIÓN A CESC GAY Y A LA VISA



Me gustan las pelis de Cesc Gay porque no parecen películas. Los protagonistas hablan igual que en la vida real o a lo mejor no hablan, también como en la vida real. Y nunca pasa lo que crees que va a pasar porque es lo que suele pasar en las películas, sino que lo que pasa es lo que pasaría en la vida real, y por eso no te lo esperas.
"En la ciudad" me pareció una película increíble. Recuerdo que la fui a ver a los Renoir un miércoles a la hora de la siesta. Ese día estaba algo depre y con la sensibilidad a flor de piel. En la oscuridad del cine lloriqueé más de la cuenta, y salí de allí aliviada y pensativa (y también salí la última, por la vergüenza).
Este sábado, también sola aunque no tan depre, vi en casa Ficción. O más bien debería decir viví Ficción. Me cuesta recordar cuándo fue la última vez que me sentí tan identificada viendo una película. Más allá de la proximidad geográfica y cultural (o quizás debido a ello) sentía como si estuviera viendo por un agujerito, a modo de voyeur de la Cerdanya, los desencuentros y el derrumbamiento de la aparentemente tranquila seguridad de sus dos protagonistas. Y cada gesto, cada mirada, cada palabra no dicha era como revivir mi no-historia con el señor Maravillas. Aunque el final, por supuesto, no tuviera nada que ver.
Eso me dejó melancólica el resto del fin de semana y a punto estuve de hacer una gilipollez y llamarle, pero no venía a cuento para nada.
Y como a mí la melancolía se me cura con nuevas experiencias, me decidí por fin a comprar los billetes para ir a visitar al ex de mi hermano (sí, habéis leído bien; las historias de mi hermano dan para otro manual)... que vive en Nueva York. Es una de las ventajas de ser free-lance: me monto las vacaciones cuando otros están de vuelta.
Así que el viernes cruzo el charco. Serán casi 10 días en la big manzana pero he acumulado ya una lista tan larga de tiendas, bares, restaurantes y museos a los que quiero ir (también he comprado online una entrada para ir a ver a los Kaiser Chiefs) que creo que no me van a llegar. Y de paso comprobaré si los obreros tatuados son tan AF como dice Silvia (todo parece indicar que sí).
Prometo que si veo alguno, le cae una foto.
Viva la VISA.

miércoles, marzo 28, 2007

AF

¿Qué debe tener alguien del sexo contrario (o del mismo si eres homosexual) para ponerte las feromonas más revolucionadas que la moto del Yonan? Imagino que contestaréis que depende de cada caso, que a un@s que si esto, que a otr@s que si aquello…
Pues sabed, queridos y queridas, que hay gente que lo tiene muy claro.
Ayer fui a comer con Joana y me quedé de piedra cuando me soltó que yo “era muy poco exigente con los tíos”. Le contesté que por supuesto no les exigía que me hicieran la colada o que me llevaran en coche al Lidl, pero parece ser que su “crítica constructiva” no iba por ahí…
––Mila, algunos con los tíos con los que te has liado son, son, como decirlo… poco agraciados.
Hice un rápido repaso a los más recientes y no me pareció que estuvieran nada mal, así que se lo dije. Ella no parecía compartir la misma opinión:

––Hombre, Mario sí que es majo, ya lo sé (no olvidemos que es amigo suyo), pero por ejemplo, aquel chico calvito…
Aquel chico calvito es Pablo, un rollete estupendo, divertido, buena gente y con una bonita calva que rivaliza con sus ojazos marrones.
––Hombre, no es Mister Benidorm, pero es majete.
––Ay, Mila, qué va a ser majo. Si hasta estaba gordito…
––No me importa en absoluto que estén gorditos, o que sean calvos… de hecho el típico buenorro de gimnasio no me mola, ya lo sabes… –le contesté sin dar crédito a lo que me estaba diciendo–.
––¿Lo ves? Mira, tú te enrollas a la primera de cambio con un chico. Si me dijeras, “bueno, no es muy guapo, pero me gusta, le quiero, o lo que sea…”, y salieras con él, lo entendería. Pero son un rollete de una noche
––O de dos–la interrumpí.
––Ya, pero si sólo es sexo… ¿por qué no eres más exigente?
Respiré hondo antes de soltarle alguna animalada. Joana es una chica extremadamente complicada y con poca capacidad autocrítica, que empalma novios guapos y agotadoramente celosos con novios guapos y mortalmente pusilánimes, que vive sus relaciones como auténticos dramas y que tiene la susceptibilidad a flor de piel. Con toda la paciencia de la que fui capaz, traté de explicarle:
––Mira, me he acostado con tíos buenorros de ésos que a ti te gustan tanto y no he sacado nada bueno. Aunque parezca una chica de “aquí te pillo, aquí te mato”, no me acuesto con el primero que se me pone a tiro. Necesito que me seduzcan, pero no con sus músculos sinó con su conversación, o su sentido del humor, o no sé… A veces al cabo de nada noto que he conectado con esa persona y en ese instante me parece muy atractivo…
––Pero no quieres hablar con él, sino acostarte con él, ¿no?
––Bueno, sí, pero una cosa no quita la otra. Además, estoy segura de que no se trata de eso, sino de gustos. A mi me gustan un tipo de chicos que a ti no y al revés.
––A mi me gustan los chicos objetivamente guapos.
––Pues a mi Nacho no me parece objetivamente guapo.

Se lo solté. Huelga decir que Nacho es su novio.

––Pues hija, serás la única, porque las tías se giran por la calle para mirarle.
––Bueno, pues no me parece subjetivamente guapo. Es demasiado… no sé, como un quarterback de ésos de serie de adolescentes americana. No me pone.
––Es que te gustan más raritos…
De repente pensé que si algún día Joana ve a Marc, mi nuevo objetivo, lo iba a encontrar escuchumizado y extravagante. Eso me encantó.
––Piénsalo de otra manera. Así Nacho está a salvo de mi libido.
No le hizo mucha gracia el comentario.


Esa misma tarde, de cañas con Marta, le conté la conversación.

––¿Joana es esa amiga tuya del otro trabajo que siempre lleva el bolso a juego con el broche del abrigo o con los pendientes? No me extraña que no coincidáis en los gustos…
––Bueno, sí, no nos parecemos mucho… Pero dime, ¿de verdad dirías que soy “poco exigente?
––Hay que joderse. Si tú eres poco exigente, yo soy nula exigente, y aún así no me como una rosca últimamente. A ti te gustan tíos muy diferentes, no tienes un arquetipo como la Joana esa, que sólo sale con tíos prototipo “equipo de waterpolo”. ¿O es que ahora sólo van a follar los tíos mazas? A ti te pasa lo mismo que a mi: encuentras a muchos tíos AF.
––¿AF? ¿Auto focus?
––No, AF, Altamente Follables.

Casi se me atraganta la tercera caña con la expresión.
––¿Estás de coña? ¿De dónde has sacado eso, del Cosmopolitan?
––No tía, me lo acabo de inventar. Pero haz la prueba. Hoy de camino a casa fíjate bien y cuenta cuántos de los tíos con los que te cruzas te parecen follables.
Le dije que así lo haría. En el intermedio de House, me llamó.
––¿Cuántos?

––Diecisiete. ¿Y tú?
––Nueve

––Pero tú vives más cerca…

––Eso es verdad.
Me fui a dormir contenta. Pensé que, habiendo tantos AF’s por ahí, no debería preocuparme tanto que Marc aún no me haya llamado.

lunes, febrero 26, 2007

AGUJETAS DE COLOR DE ROSA

Me he sacado los ojos con una cucharilla. He apagado cigarrillos en mis muslos. Me he clavado espinas de rosal bajo las uñas. Toda flagelación es poca para recordarme a mi misma que no debe volver a pasar; que una escribe un blog para tenerlo al día, porque si no, no se tiene. Y punto. Y por supuesto mi excusa es la del trabajo; una agonizante realidad que me tiene secuestrada en ese bonito loft de escasa luz que es el despacho donde me gano el pan y las camisetas del bershka, combinado con una bronquitis aguda que me ha tenido muchos días en estado de perpetuo moqueo. Ya me gustaría tener una excusa tan jodidamente excitante como la de mi parón de verano, cuando la menda estaba tan ocupado recorriendo la geografía europea y fornicando aquí, allá y acullá que no había tiempo para el tecleo; sólo para el reposo de los doloridos pero felices miembros.
Pero da igual. No puede ser. No debe ser. Aunque deba sujetar mis pupilas al estilo Clockwork Orange por las noches, levanto el puño en alto y juro a la viga del techo que nunca más volveré a dejar pasar tantos días entre entrada y entrada. Que se me acumulan las anécdotas, ottia.
Por ejemplo, la experiencia del Let's festival en la estupenda Salamandra. O mejor dicho, de la mitad de él, porque sólo fui dos de los cuatro días que duraba.
Dios, los Tarántula. Qué maestrío. Qué forma de desgañitarse. Atónita observaba yo a los cuatro pintorescos mozos mientras aporreaban sus hits de "Esperando a Ramón".
Ole, Josele. Cómo aparecer medio taja en un escenario y aún así (o precisamente por eso), conseguir una química brutal con su magistral guitarrista acompañante. Cómo mandar por saco el repertorio y lanzarse a tocar la música que te apetece; en este caso clásicos del rock&roll con un destreza adorable.
Maigod los Antònia, la niña de mis ojos (o nineta dels meus ulls), tan refrescantes como siempre, aunque aquí debo matizar que el “como siempre” va también por su acepción de "habitual", ya que hacen el mismo repertorio again and again, sin sorpresas ni sobresaltos. Pero aún así siguen siendo un regalazo. Supongo que voy a demasiados conciertos suyos.
Y de Fire no puedo hablar, porque llegué tarde y de Dorian no opino, porque no me gustan aunque les reconozco el mérito, sobre todo por ser tan púberes.
El viernes mi cuerpo dijo "¡Basta! ya tienes una edad. ¿Acaso crees que puedes salir miércoles y jueves y sin que yo te pase factura, pequeña ilusa? ¡Toma dolor de espalda y sueño demoledor!" , por lo que me quedé en casa aun sabiendo que me perdía al "Chico de la espina en el costado" y también la oportunidad de ver por tercer día consecutivo al "Chico de las patillas tentadoras", de nombre Marc y de profesión eterno aspirante a estrella del pop. Menos mal que ya tenía su teléfono.
Pues sí, amados y amadas, estoy tramitando un nuevo lover. Un apuesto y escuchumizado jovenzuelo de ojitos de cervatillo y labios carnosos que toca el bajo en un grupo pop, "Los Burbujas", que por no tener no tienen ni Myspace.
El batería de "Los burbujas" es Roger (léase "rushé", no “rósher”, como “rósher rabbit”), hermano de un amigo (por cierto, estoy pensando en que me dé clases de batería; algo que hace mucho tiempo que tengo ganas de hacer, si encuentro el ídem). Nos conocíamos lo suficiente para que Marta, Raquel y yo compartiéramos durante las diversas actuaciones esporádicos pero largos momentos con él y sus colegas, que no eran otros que las burbujas que faltaban.
Marc es el prototipo de chico que me gusta, así que inicié sin rubor toda la ceremonia del cortejo homo sapiens, en el que la hembra despliega todos los encantos de los que dispone. Sólo me faltó hacer el baile de la grulla. Pero bueno, imagino que funcionó, porque se lo hizo venir bien para pedirme el teléfono y darme el suyo. O quizás sólo está buscando groupies para impresionar a la audiencia en el siguiente bolo, porque el pretexto fue invitarme al próximo concierto burbujil.
Por el nombrecito del grupo y por las influencias musiqueras que me mentó, imagino que hacen “poppy-pop” de ése con letras del tipo "vamos al parque, la hierba está fría y mojada". Vamos, “bubble pop". Pop dulzón y chicletoso con letras de intensa verdad soterrada en las cosas cotidianas. Y yo tengo alma de rock, qué le vamos a hacer. Pero bueno, no es su ipod lo que quiero de él, así que le dije que iría encantada.
A parte de eso puedo añadir que no tiene novia, que suma sólo 27 añitos, que trabaja como técnico operador de sonido, principalmente en rodajes, que tiene un bonito lunar en la aleta izquierda de la nariz y que luce unos lustrosos y brillantes rizos que se baten entre su naturaleza caucásica y el empeño de su dueño por conferirles un aspecto afro.
Y que el domingo me mandó un mensajito: “Muy pronto los burbujas en acción. Sigue atenta a la pantalla de tu móvil”, al que yo contesté. “Ok. Que tiemble Pamela Des Barres”.
Aunque igual ahora se cree que me quiero tirar a todas las bubbles…



jueves, febrero 08, 2007

ESCANDINÓFILA

En un mundo perfecto, la gente viviría en Copenhague. Un mundo perfecto de orden, pulcritud y simpatía. Una ciudad pequeña y amigable, donde todo el mundo (el conductor de autobús, el vendedor de las polsen-salchichas-, la señora que pasea al perro) tiene un correctísimo inglés. Una ciudad donde el transporte público (sobre todo el metro) parece futurista. Una ciudad donde apenas se ven vagabundos, o cacas de perro o macdonalds. Una ciudad donde las mujeres son altas, rubias y guapas y los hombres altos, rubios y guapos. Una ciudad donde en el local de moda (el Vega) pone buena música y trae a grupos estupendos. Una ciudad donde las bicicletas son gratis gracias al sistema “carrito de súper”. Una ciudad donde la comida (contrariamente a mi idea preconcebida), está buena: mucho pescado y muchas salsas picantes (para combatir el frío, presumo). Una ciudad bonita, de canales, edificios sobrios y cafeterías con libros.
Claro que tiene sus contras: la primera, of course, el tiempo. Frío, lluvia, un deprimente gris… Los seres que habitan la ciudad perfecta no se amedrentan ante las inclemencias del tiempo; han desarrollado un efectivísimo sistema de protección. Las mujeres esconden sus encantos bajo un mono impermebable de motorista y siguen desplazándose en bici como si tal cosa. Luego llegan al bonito restaurante de turno, se despojan de él y, como una crisálida a punto de metamorfosearse, emerge una bella criatura en minifalda y top. Los niños, rubios, guapos, educados y perfectos parecen duendecillos bajo sus monos de esquí. En las guarderías, con grandes ventanales a la calle, un profesor juega (¡tan sólo!) con cuatro chiquillos en pañales, porque la calefacción funciona a toda máquina. Luego está el tema monetario o, mejor dicho, coronario.
Copenhague es caro. Comer, moverse, tomar una copa, comprarse unos tejanos… Pero no es difícil vivir subvencionado. Por ejemplo, puedes entrar en la biblioteca pública, y sin necesidad de carnet de usuario, conectarte a internet sin más. Bueno, mejor decir good morning o god morgen. Imagino que, si eres ciudadano, las ventajas se multiplican.

Los muchachos copenhaguenses o copenhaguíes son apuestos pero tienen mal beber. Su aparente impasibilidad se viene abajo con una copa de más (que equivale para su aguante a la segunda y tamaño chupito; la menda necesitó unas siete u ocho-a precio de corona danesa-para poder notar sus efluvios) y entonces pierden los papeles y les salen muchas manos. Bailan un poco mejor que los alemanes, pero no mucho más. El tema de la arritmia es muy centro-europeo.

El tópico es cierto y las morenas de ojos oscuros les parecen de lo más exótico. Y, chicos de la iberia, no dejéis de ir porque las danesas son abiertas y a la inversa también funciona: para ellas morenos de ojos marrones son lo más.
En fin, que me hubiera quedado a vivir una temporadita; su orden es muy terapéutico. Además, visitarla con un holandés de raíces danesas facilita las cosas. Y si el holandés es ocurrente, sin complejos y buen amante, la facilidad se convierte en idoneidad.
Vamos, que he vuelto escandinófila y con bajón “vuelta a casa”. Pero que me quiten lo bailao, sobre todo en el Vega.
P.D. La sirenita es pequeña, sí, pero queda muy mona ahí en medio de una roca del mar.


Una canción para visitar Copenhague: Evig Pint – Kaizers Orchestra.

viernes, enero 26, 2007

LLEGÓ EL DÍA

Mi historia con Mario ha durado 68 días y 5 horas.

La madrugada del viernes 19 de enero, a las 00.17 pm hora local, servidora cerraba la puerta de un taxi dejando en el aire las estúpidas palabras “Hasta siempre”. La frase hizo un bonito tirabuzón en el aire y entró por el tímpano derecho de Mario. Fue dándose un garbeo por el hipotálamo de su cerebro y allí conectó algunos millares de neuronas que a su vez formaron una nueva frase. Pero la pobre debió tropezar con el lóbulo frontal y no salió nunca.

Creo que he tomado la decisión correcta. Y lo más inverosímil para mí continúa siendo que 68 días y 5 horas después de aquel encuentro en casa de Joana, jamás hubo sexo. Aún así me siento lloricosa y triste, y eso que no le amaba ni le amé nunca.

Vaya por delante que normalmente si estoy (por usar un verbo sin sentido) con alguien, suelo entregarme (por usar un verbo culebronero) en cuerpo y alma, independientemente de si lo siento como un rollete o como el hombre de mi vida. Suelo diversificar cuando se trata de objetivos, pero tras la consumación (en sus diversos grados), me concentro sólo en uno. Por ahorrar energía, supongo. Pero con Mario todo era raro: no nos veíamos apenas, aunque hablábamos bastante por teléfono. Algunos fines de semana me quedaba en casa como una monguita porque ninguno de los dos proponía un plan. Sentía una vaga sensación de pérdida de tiempo pero a la vez una incomprensible y puñetera curiosidad y atracción.

El viernes pasado quedamos. Esta vez, nada más verme me dio un besito en los labios y pasó su dedo pulgar por mi mejilla y a mi me dio un escalofrío, pero no sé muy bien por qué. Sonreí, que es lo que hago cuando no sé qué hacer.
Estuvimos un rato por ahí, comprando libros y discos y riéndonos de todo. En la librería La Central vi a CasiJack, que es un rollete que tuve hace meses, pero no le dije nada.
Cenamos en un sitio monín porque insistí. Quería crear un clima favorable para hablar de una vez por todas de nosotros, de lo que pasaba o dejaba de pasar. Estaba harta de pasar de los besos apasionados al penúltimo capítulo de Héroes, como si nada; de la nebulosa que había suspendida entre los dos. Pedí vino y le fui rellenando la copa disimuladamente.
A media cena, fue desprendiéndose poco a poco su impenetrable coraza de hombre frío. Primero sacó un brazo y me tomó la mano, después el otro y se tocó el pelo. Luego los dos pies y me dio una patada sin querer por debajo de la mesa. Por último se sacó el casco y de camino al lavabo me dio un beso. Cuando volvió a la mesa, lo solté.
–Mario, ¿qué esperas de esto?
–Que no sea muy caro
–Idiota, ya te he dicho que pago yo. Me refiero a esto que hay entre nosotros.
–Pues… no sé. ¿Tú que esperas?
Ala, ya estamos. Devolviendo la pelota a mi tejado. Como paso del “yo pregunté primero”, se lo dije.
–Quiero saber cuándo vamos a acostarnos.
–¿Por qué es tan importante para ti?
–No se trata de si es importante o no. Se trata de que me apetece. Me gustas. Yo te gusto. ¿Qué hay de malo en tener sexo? Sé que pasa algo y me gustaría saber qué es.
La explicación que me dio a continuación es, desde mi humilde punto de vista, rocambolesca e incomprensible pero respetable. Paso a reproducirla con mayor o menor exactitud.
Al chico le rompieron el corazón. Después de 9 años con su novia de toda la vida, ésta le dejó por otro. Luego se enteró que durante unos meses ella estuvo folleteando con el otro antes de que lo dejaran. Mario tenía un pobre concepto de las mujeres en general, así que decidió que no se volvería a acostar con ninguna hasta que estuviera completamente seguro de que iba a ser (sic) la madre de sus hijos. Es decir, la próxima novia de 9 años mínimo; su alma gemela, la mujer de su vida, vaya.
Ayvalahostia que diría mi amiga Itziar.
Me tocaba hablar a mi. Y servidora se había hecho un propósito de año nuevo. Así que lo fui dejando ir todo, con voz algo entrecortada: que respetaba su decisión, aunque a mi juicio le dejaba al margen de relaciones e historias maravillosas más allá del amor para toda la vida, amén de lo tristón y doloroso que debe ser el celibato autoimpuesto. Que yo no solía enamorarme facilmente. Que de él no estaba enamorada. Que me parecía sexy e interesante, pero que no oía campanillas ni a la Callas interpretando Carmen de Bizet en su presencia. Que a veces el amor surgía de la complicidad. Que a mi parecer se comía demasiado la cabeza y no disfrutaba del ahora por una especie de rencor soterrado.
Estuvo callado todo el rato. Finalmente habló.
–De todo lo que me has dicho, lo único que me ha dolido de verdad, aunque ya lo sospechaba, es oírte decir que no estás enamorada de mi. Porque yo sí.
–Lo siento.
–Mila… ¿cómo debe ser el chico del que te enamores?.
Y no sé si la pregunta me la hizo a mi o al aire.
“Una barba de tres días. Unas entradas sin escapatoria. Una voz profunda y rota. Un humor canalla y sorprendente y un cerebro capaz de retener datos inútiles. Una mirada que atraviese el esternón y que lo diga todo, que diga, Mila te deseo y te quiero y que luego baje hasta el suelo cuando aparece la única pega, el único pero; la novia que yo no soy”.
–No lo sé. Supongo que pasa y ya está.
Anduvimos juntos, cogidos de la mano, más próximos el uno del otro de lo que estuvimos jamás en los 68 días anteriores. Como si dichas ya las palabras sólo quedara lo que éramos. Un hombre complejo y confundido y una mujer con la cabeza y el corazón donde no debía.
–Supongo que esto se acaba aquí–le dije.
–Supongo que sí.
Y entonces paré el taxi y dije aquellas estúpidas palabras: “Hasta siempre, Mario”.

Fotografía de Pepx