miércoles, diciembre 12, 2007

SÍNDROME DE LONDON

Que levante la mano o el mouse el que alguna vez ha tenido ganas de dar un cambio radical a su vida y largarse a otro lugar, solo o sola, rompiendo con todo, empezando de nuevo, viviendo experiencias nuevas y excitantes y mandando a paseo la rutina diaria.
Mmm… lo imaginaba: la mayoría. A mi constantemente me pasa. Pero después de este puente viviendo el Londres que no había encontrado en mis anteriores visitas, el sentimiento ha pasado de ser una fantasía recurrente a una especie de necesidad vital.

La culpa de todo la tiene Aitana que vive una vida llena de aventuras, glamour y jolgorio en la city of cities. Ella decidió largarse a Londres hace más de un año y estudia un master de diseño en la prestigiosa Sant Martins School of Arts. Segundo puntazo: fui a ver su “cole” y rebosaba creatividad y talento por cada pared y cada flyer. El primer puntazo fue ver el “cool place” en el que vive, compartido con un brasileño majo: un loft en el corazón del East End, la zona que ahora se está convirtiéndo en “lo last” de Londres. Para muestra, un botón.














Bueno, pues la vida de Aitana me dio mucha envidia: aluciné con sus proyectos de estudios y con su modus vivendi. Y sobre todo aluciné con su intensa vida sentimental. Claro que no es de extrañar: guapa, talentosa y con estilazo (en una ciudad donde ese punto pasa a ser el número uno de la lista, por delante de otros más nuestros como la “buenez”, la pasta o la proyección profesional), no es de extrañar que le lluevan las conquistas casi tan a menudo como la rain falls en Londres.

Pero lo que me puso cardíaca de todo fueron las dos noches de fiesta y desenfreno por la zona de Shoreditch. Era como entrar en otra galaxia. Gente rara, gente guapa, gente estrambótica, gente de todas partes, gente absolutamente absurda…
Había ratos en que me apalancaba con la birra y no podía dejar de mirar a todo bicho viviente; era un espectáculo impagable.
Y la música…¡ay, la música! ¡Qué subidón!
Y las tiendas de segunda mano… ¡inacabables!
Y los hombres… ¡Qué hombres! Parecían todos salidos de una banda de rock. Me consuela saber que he vuelto con el mail de un british lánguido de ojos inquietantes llamado Brian al que conocí en el Jaguar Shoes el viernes y con el de un guapo italiano llamado Lucca que se despidió de mi el sábado con un beso de película en la puerta del BoomBox. Para que luego digan que en las Britanias no se liga.

En el Catch vimos en concierto a un grupo chulísimo. La cantante, esta godness de la noche, era pura energía. En el local estaba un tal Billa, un tío que se dedica al “clubbing” (¡qué bonita actividad!) haciendo fotos que luego cuelga aquí.
En fin, soy consciente de que he vuelto patológicamente prendada y de que el “trendysmo” me ha cegado. Y que la realidad luego es el de una ciudad fría, lluviosa, cara y llena de gente superficial y obsesionada con la imagen… aunque ésta a veces sea un poco deplorable (Aitana vio a un tío cuyo “outfit” –sic– consistía en un cubilete de patatas del McDonalds a modo de sombrero). Pero como sólo he estado cuatro días, sólo he visto el sunny side of (London) life.

Y esta semana Barcelona me parece taaaaaaaaaaan gris.