martes, noviembre 27, 2007

SILENCIO EN LA SALA

He llegado tarde a la reunión con Mr. Wonders sin proponérmelo. Me he hecho un lío con los autobuses. A él no ha parecido importarle.

Eso ha sido esta mañana. Tras una crisis de look digna de la más casposa película de sobremesa, he acabado con mi primera elección: tejanos, camiseta, chaqueta de punto, bambas (o tenis, o zapatillas, que cada uno le ponga la variante regional al uso). He salido de casa dejando en la habitación un reguero de medias, faldas, botines, collares, jerséis y hasta un sombrero. Algo así como el camino de Pulgarcito pero del Zara. Ya en el autobús (equivocado) he tratado de relativizar todo lo que a velocidad del rayo pasaba por mi cabeza y por mi esternón: “que no note que estoy nerviosa; que no note las ganas que tengo de verle, que no note que me tiembla un poco la mano izquierda”. Que no note, en definitiva, lo mucho que me gusta. He llegado y estaba allí mismo, en la recepción, hablando por el móvil. Me ha sonreído y, saludándome con la mano, ha seguido a lo suyo. Yo he hecho tiempo hablando con la recepcionista pero en realidad me dedicaba a mirarle por el rabillo del ojo y a comprobar que sigue pareciéndome el hombre más atractivo y sexy que hay en la faz de la tierra, sólo seguido muy de cerca por Mark Ruffalo. El pelo le ha crecido y las entradas ya no se le notan tanto. Y como siempre, lleva una camiseta preciosa. Yo he continuado poniéndome al día con Sonia, “qué tal todo”, “mucho trabajo, ¿no?” pero las ondas sonoras transportaban empecinadamente el timbre de su risa a mi tímpano, y su voz preciosa se ha convertido en la única melodía que quería oír, aunque él estuviera hablando de algo muy incomprensible relacionado con dispositivos electromagnéticos y nanochips.
Ya en la sala de reuniones, me ha dado los dos besos de rigor con su mano en mi cintura y he comprobado que huele tan bien como siempre. Sus ojos brillaban y no paraba de sonreír; parecía de buen humor y su risa, siempre contagiosa, me ha dado más vidilla que un redoxón complex.
––¿Qué tal por Madrid?––me ha preguntado. Una vez más por casualidades de la vida nuestros caminos quedaban parcialmente conectados, ya que un buen amigo suyo también estaba invitado a la boda a la que fui hace poco ––“David se lo pasó muy bien”.
––Sí, fue muy chula –. No le conté lo bien que me lo pasé yo la noche anterior en el Costello Club, y en concreto con el único madrileño del local que no parecía salido de un fotoblog de los de "esta peñita sí que mola mazo". Ni tampoco las dificultades que tuve para disimular las ojeras en la boda. –Aunque parecía el mundo de los tópicos al revés, porque los fashionetis estirados eran los madrileños, y los de Barcelona íbamos más puestos y nos reíamos más.
Me ha pasado un proyecto bastante interesante. Hemos establecido un plan de trabajo continuo; una vez más se convierte temporalmente en mi jefe. Parecía que, una vez explicado de qué va el trabajo, nos sobrara el tiempo (cuando en realidad es al revés y vamos tan pillados que me va a tocar trabajar el fin de semana una vez más). Pero eso parecía no importarnos a ninguno de los dos y hemos seguido hablando de todo un poco, estirando el momento de dar por concluida la visita.
De vuelta en el autobús correcto, he llamado a Marta, que está con gripe en la cama, para hablarle de mi tema favorito: “¿Existe alguna esperanza entre Mila y el señor Maravillas?”. Marta, que no pierde el sentido común ni con fiebre, me ha vuelto a recordar que doy un poquito de lástima con esta letanía y le he dicho que es verdad pero que me importa un carajo y que para eso están las amigas, para aguantar la brasa de las colegas obsesionadas con un amor imposible.
––¿Sabes que me gustaría, Mila? –me ha dicho entonces– Que dejes de analizar cada gesto, palabra o tic nervioso del chico ese tratando de encontrar alguna señal de que le gustas y te lanzaras de una puñetera vez. Que le dijeras “Tío, estoy perdidamente enamorada de ti” (bueno, ella ha dicho “berdidamende eddamorada de ti” por los mocos).
––Sí, claro. Lo que no te iba a gustar tanto es recoger mis trocitos desparramados por el suelo cuando me contestara “Bueno, ejem, eres estupenda, me siento muy halagado, pero yo tengo una relación y quiero a mi novia, ¿te acuerdas?”.
––Eso no lo sabrás hasta que se lo digas.
Como he deducido que Marta estaba un poco cansada de mi tontería supina, he cambiado de tema, no sin antes prometerle que esta noche le llevaré un caldito a su casa. Y ya aquí en mi despacho, imagino por un momento que estoy en aquella sala y que le digo a Mr. Wonders “Tío, estoy perdidamente enamorada de ti” y que él, tras la sorpresa inicial, se acerca a mi y, rebosantes de pasión, le damos un nuevo uso a la mesa de reuniones.