
Consejo número 1: si llamas a un chico con el que no tienes demasiada confianza para quedar con él, al menos ponte falda. Porque cuando llegue el momento, da más vergüenza que le cueste bajarte los pantalones que el hecho en sí de que os estéis enrollando. Vaya, que se rompe el instante cinematográfico.
Leo y yo quedamos, tomamos algo, cenamos y fuimos al cine y charlamos. Y parecía como si nos conociéramos de toda la vida. Y entonces en su casa, justo cuando yo más relajada estaba, cuando pensaba que igual era o gay o los remordimientos por tener novia eran demasiado fuertes (porque, sinceramente, ¿qué chico soltero tiene en su casa imanes de nevera de Ágata Ruiz de la Prada?) va y me besa. Pero eso sí, me dejó claro que el tenía pareja, antes de que llegaramos a más. "Pareja"-dijo- y yo pensé que igual sí, que era gay... Pero resultó que no, que se llamaba Sandra y que eran una de esas relaciones modernas en las que no tienes novia, sino pareja
- ¿Entonces, por qué lo haces?
(Besarme y meterme mano, se entiende)
- Mmm... me apetece. Estaba aquí, charlando contigo y me ha apetecido.
Le apetece. Nada de “eres tan especial que he sentido el irresistible deseo de besarte”. Me río yo de Corín Tellado, de Danielle Steel y de la madre qué parió al romanticismo. Eso sí, el chico fue sincero. Estaba clarísimo lo que le apetecía exactamente: sobarme las tetas, amasarlas como si se trataran de masa de pan y demostrarse a si mismo que puede meterle los cuernos a su “pareja” y quedarse tan ancho. Como si hubiera alguno que no. Mi cara debió de ser un poema porque me soltó:
- Estoy siendo sincero contigo
(Le doy la medalla a la integridad)
- ¿Y lo serás también con ella?
- Bueno, ella y yo tenemos un pacto.
Debí imaginármelo. Un chico tan a la última debe llevar una relación de lo más liberal. "Pareja liberal abierta a contactos esporádicos" . Pero bueno, tampoco era el momento de ponerse quisquillosa. Yo no esperaba una declaración de amor eterno, eso que vaya por delante. Al menos este tío me hacía reír, así que decidí relajarme y disfrutar.
Consejo número 2: Por muchas ganas que le pongas, no caigas en la sobreactuación. También rompe el instante cinematográfico (a menos que la película sea de Sandra Bullock).
Yo pensé que, ya que se trataba de un rollete ocasional, habría que vestirlo de polvo pasional, pero la realidad no concordó demasiado con mi puesta en escena. Vaya, que no estallaron fuegos artificiales precisamente. Eso (la sincronía, los orgasmos múltiples...) también pasa sólo en las películas. Y yo seguía en la puta realidad.
Una vez finalizado ese conato de experiencia sexual, vinieron las confidencias. Bueno, más bien se limitó a elogiar a su chica: tan inteligente, tan bonita, con un sentido del humor tan similar al suyo, con tanta energía positiva… ¿por qué no acababa de estar enamorado de ella?
- Es la primera vez que le soy infiel a una pareja mía –me cuenta–.
(¿No le habría apetecido antes? ¿Nadie se lo había puesto tan fácil? ¿O he de tomarlo como un cumplido?)
- ¿Y el famoso pacto?
- Bueno, ella me dijo una vez que si en alguna ocasión yo le era infiel, no se lo dijera nunca, que prefería no saberlo.
- Ah, ése es el pacto.
- Sí.
GLORIOSO. Para descojonarse. Como si alguien quisiera realmente saberlo de verdad, si ocurre. Tremenda la forma de descargar su conciencia.
- ¿Sabes? –(el tío estaba filosófico)– Creo que el amor es como la Coca-Cola. Hay una serie de ingredientes a los que puedes dar nombre: afecto, respeto mutuo, comunicación, afinidad… pero hay un ingrediente secreto que nadie sabe lo que es y que consigue que la Coca-Cola sea especial y única. Por eso con algunas funciona y con otras no...
Comprenderéis que, llegados a ese punto, tras ese derroche de ingenio y sensiblidad, decidí largarme a casa a tomarme una Pepsi.